XXIV: Inicio de grietas en almas

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Cuando Louis llegó al comedor, su madre estaba sentada en la mesa platicando animadamente con Christian, se reían a carcajas y Harry los miraba sin gracia a ambos.

—Oh Louis— dijo su madre entre risas cuando lo vio entrar —¿Por qué nunca me hablaste de Christian? Es uno de los jovenes más encantadores que he conocido en mi vida.

Louis pudo ver como Harry volteaba sus ojos con disimulo.

Tocando sus manos con nerviosismo, sonrió —No había tenido la oportunidad mamá pero que bien que ya se conocieron.

—Oh si, es un verdadero placer conocer a un joven tan amable y apuesto— elogió.

—El placer es mío, duquesa, es usted una mujer maravillosa.

Harry lo miró con desdén, escuchando como le hablaba de esa manera a la señora Brimsley.

No soportaba a Christian.

—¿Y Phoebe?— preguntó Louis a su madre.

—Debe estar por llegar, fue al pueblo con la señora Betz a comprar unos vegetales.

Louis asintió y tomó asiento al lado de Harry, Christian lo siguó con la mirada y luego le sonrió.

La sonrisa del pelinegro era bonita, de hecho Louis creía que ese era su mayor atractivo, porque si hablaba de su mirada, esa lo ponía nervioso, le miraba de una manera extraña, tan coqueto siempre y confiado de si mismo.

¡Dios!

—Alteza— llamó su madre a Harry —¿Se siente bien? No ha hablado mucho desde que llegó.

El príncipe levantó sus cejas —Oh sí, estoy bien, es sólo que no quería interrumpirle.

Negó —Eso jamás, Alteza, cuénteme, ¿Cómo está su familia?

—Han estado bien, gracias por preguntar duquesa.

—¿Y los preparativos para la boda?— preguntó la madre curiosa.

—Van muy bien, está casi todo listo— respondió Harry bebiendo un poco de agua.

—Sí, estuve con la reina antes, mamá, todo va muy bien, sólo faltan detalles— aseguró Louis.

Christian escuchaba la charla sin mencionar nada.

—Entonces se casarán muy pronto— aseguró ella y Harry asintió.

—Sí, en cuánto terminemos lo que falta, creo que ya podríamos casarnos— respondió y volteó a ver a Louis.

El castaño le sonrió.

Christian rascó su cuello incomodo.

La puerta de la casa fue abierta mostrando a Phoebe a la señora Betz entrando a la casa con bolsas en sus manos. Phoebe lucía un poco despeinada y cansada cuando entró, sin observar que Christian estaba en la casa, se soltó su cabello y rascó sus raíces.

—¡Mamá, ya llegué!— gritó.

La duquesa le sonrió a Christian —Mi hija estará feliz de verte.

Phoebe, sin tener idea y estando cansada por las compras, fue a su habitación y se quitó aquel incómodo peinado y esos zapatos que le dolían los pies.

—¡Phoebe, ven al comedor un segundo!— dijo su madre.

Phoebe no le respondió, estaba ocupada despeinando su cabello y corriendo el maquillaje de su rostro sin preocupación.

—¡Phoebe, ven ya mismo!— insistió pero Phoebe no iba aún porque no se había vestido, sin embargo, su madre no detenía sus gritos.

¡Phoebe! ¡Phoebe! ¡Phoebe! ¡Phoebe! ¡Phoebe! ¡Phoebe! gritaba.

Sonata de invierno (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora