XXXI: Recordar un sentimiento

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ADVERTENCIA: REFERENCIAS A TEMAS SENSIBLES




-Mamá, va a pasar algo malo si me caso con él- intentaba explicar.

La reina le miraba con frialdad y negaba -No va usted a cancelar ese matrimonio, no le puede hacer eso a él.

-Será peor si me caso con él, escuche lo que tengo que decirle mamá, escucheme por una vez en su vida, estoy desesperado- lloraba.

-No me importa- decía ella -Ese matrimonio se realizará contra viento y marea y es mi última palabra, no vas a ridículizar más a esta familia- escupió y lo miró con desagrado como su hijo imploraba -Siempre has sido un problema, nunca has tenido la suficiente sangre real en tus venas.

-Mamá...- se arrodilló implorando.

-Siempre has sido débil y siempre he tenido que arreglar tus irresponsabilidades, no lo haré más, así que te harás responsable y lo desposarás, no lo vas a dejar faltando una semana, no seas tan ridículo, lo que le pase a ese joven será solamente tu responsabilidad, su bienestar es tu problema, así que no vengas ahora a pedirme auxilio.

Quitó las manos de su hijo de su vestido y salió de esa habitación.

Él corrió al baño con lágrimas en su rostro y sus manos temblando, estaba hiperventilando.

Su desesperación lo asfixiaba, intentó respirar y no lo lograba, era un ataque de pánico.

Del colapso, buscaba aire como podía, pasaba sus uñas por sus brazos y pecho rasguñandose desesperado, sus lágrimas caían como mares.

No es justo.

Era todo lo que pensaba.

El dolor de su pecho no desaparecía y no lograba respirar bien, estaba tan cansado de su vida, harto de las manipulaciones, harto de ser un villano cuando no quería hacerlo.

Sentía un nudo en su garganta y su voz rota cuando observó el aparato de afeitarse en el lavabo.

Su vida era una completa mentira, un completo engaño, ¿Qué sentido tiene seguir si nunca podrá ser feliz? ¿Si nunca podrá escoger por él? Porque cada pequeña felicidad que tiene se la arrebatan, como si no mereciera ser feliz.

Pasó sus uñas en desespero por su cara mientras escuchaba que lo llamaban detrás de la puerta.

Simplemente, no podía abrirla, el ataque lo consumía.

Escuchaba esas malditas palabras en su mente otra vez, esas malditas amenazas, el miedo en su pecho al escucharlas y veía el rostro de la única persona que tenía un sentimiento desinteresado en su mente.

Sus lágrimas no lo dejaban mirar bien y los golpes en la puerta junto con el llamado de su nombre lo perturbaba aún más.

Lo manipulaban, lo usaban, lo chantajeaban, lo hacían hacer cosas que él no quería, lo amenazaban pero ¿Qué otra opción tenía? Era eso o ver que destruían a la persona que amaba todavía en secreto y que ahora nunca en su vida podrá declararse a este.

Llevaba años sin tener un ataque de pánico, desde que era un niño asustadizo y ahora estaba ahí, llorando en su baño porque se sentía un títere, un bueno para nada y una persona sin opción de amar, con miles de ojos juzgandolo por cada acción o palabra que decía.

Tal vez desaparecer sería la mejor opción para él.

Cuando intentó acercarse al lavabo, un fuerte estruendo hizo a la puerta abrirse, Keanne lo miraba con tanto miedo que él realmente no comprendía su alrededor.

Sonata de invierno (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora