XXXVII: Corazones perdidos

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Louis estuvo a punto de llorar cuando sus botas se llenaron de una clase de estiércol.

¿Por qué le tenía que pasar esto a él?

Se giró a ver a Christian quien respiraba agitado y cansado mientras terminaba de subir.

—¿Podría apresurarse? Estoy cansado de andar en el bosque.

Christian le miró de mala manera —Tal vez si no nos hubieras hecho entrar acá.

Bufó —¿Sigues con eso? Yo no te obligué, usted aceptó porque quería estar cerca de mi como un chicle, no es mi culpa.

—Usted sabe mis sentimientos por usted y los usó a su favor, evidentemente me manipuló.

Una risa sonora salió de Louis —¡Ay por favor! Usted lo hizo porque quiso, así de simple, yo no lo manipulé.

—Pero si es su culpa que estemos aquí, duque Louis— volvió a decir.

Volteó los ojos —Bueno, si lo es pero también suya, por tener carruajes de mala calidad.

—Disculpe Alteza por no ser un noble y no tener la cantidad de riqueza que tiene su esposo— dijo con sarcasmo.

Louis suspiró —Lo disculpo.

Christian lo miró de mala manera —Era sarcasmo, no lo decía en serio.

—Bueno, debería tener un mejor sarcasmo entonces— dijo mientras le tomaba la mano al otro hombre quien lo ayudaba a cruzar un montón de ramas enormes.

—¿Cómo puede ser tan dulce siempre y hoy actuar tan... mimado?

Louis se giró a verlo cruzando sus brazos en su pecho —Christian, es de madrugada, estamos solo nosotros tres en este bosque, tengo hambre, frío, tengo sucia y mojada hasta mi ropa interior, sinceramente, no tengo humor para ser dulce y menos quiero tratar con sus coqueteos.

Christian le miró de manera confusa después de que Louis pasara a su lado —¿Coqueteos? ¿Cuándo lo he hecho desde que usted se casó? He sido respetuoso, no me ofenda.

—Bueno, tiene razón pero no sabía qué esperar, no puede juzgarme, usted ha intentado acercarse a mi siempre.

—Me gustaba— se corrigió —Me gusta pero usted ya está casado, yo ya no tengo lugar ahí a menos de que quiera huir conmigo.

Louis suspiró y negó —No lo creo Christian, estoy muy enamorado del príncipe.

Él asintió y bajó su cabeza —Lo sé.

Continuaron caminando y Louis no sabe realmente en qué momento se había resbalado en el césped húmedo pero se torció su tobillo haciendo que ambos hombres se preocuparan.

—¡Alteza! ¿Está bien?— preguntó el empleado de Christian.

Louis asintió tocando su tobillo —Lo estoy.

Al intentar ponerse de pie perdió el equilibrio volviendo a sentarse con una expresión de dolor.

Christian se arrodilló a su lado y ofreció su espalda —Venga, yo lo llevo.

Louis negó —No, yo puedo caminar— aseguró.

—No sea terco, venga.

Al ver como Christian le insistía sin ninguna mala intención de por medio, Louis asintió, el chico quería ayudarle y él no quería caminar, su tobillo ardía.

Puso sus manos en los hombros de Christian antes de sujetarse con sus piernas a la cadera de este por la espalda.

—Bien, vamos— siguió Christian retomando su paso.

Sonata de invierno (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora