La habitación estaba envuelta en la oscuridad, la única astilla de luz venía del suave resplandor de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Louis estaba profundamente dormido, su cuerpo se levantaba y bajaba con cada respiración pacífica.
Cerca, Harry se movió de un sueño profundo e inquieto, su mente envuelta en confusión y desorientación. A medida que la conciencia regresaba, se encontró acostado en una cama que se sentía extraña, con el olor a antiséptico que permanecía en el aire.
La mirada de Harry se desviaba hacia la figura a su lado: su amado esposo, tranquilamente dormido, sin darse cuenta de la tormenta que se estaba generándose dentro de la mente de Harry. El miedo lo agarró mientras luchaba por recordar los acontecimientos que lo llevaron a este momento. Su memoria estaba fragmentada, perdida en los nebulosos recuerdos de su mente.
A pesar del entumecimiento en sus piernas por los días de inactividad, Harry se armó de su fuerza para levantarse de la cama y con el toque frío del suelo contra sus pies descalzos se dio cuenta que esta era la realidad.
Tropezando, buscó apoyo y e hizo un vistazo a su reflejo en el espejo cercano. Vendajes envueltos alrededor de sus muñecas, sirviendo como un duro recordatorio del dolor que había causado.
Recordaba el lago, recordaba creer que iba a perder a Louis, recordaba la sangre manchando su ropa mientras se repetía que merecía ese final y que había sido la peor cosa que le había pasado a Louis en el mundo.
Que quizá nunca debió haber insistido, tal vez debió dejar esa unión únicamente como responsabilidad y que no debió arruinar la vida de Louis, si no lo hubiera amado, nunca lo habría hecho infeliz.
Y principalmente, que nunca debió posar su mirada en Amabella, nunca debió desviar su mirada de Louis y maldecía cada maldito día.
La culpa asechó a Harry como una ola envolviendo la arena, y las lágrimas brotaban en sus ojos. El peso del daño que había infligido a Louis amenazó con aplastarlo. Anhelaba la fuerza para deshacer el dolor, para borrar el daño que le había causado a su pareja.
Todo fue su culpa, que Louis se perdiera, que fuera secuestrado, que estuviera en manos de Amabella fue su culpa y ahora no entendía qué había pasado con ella.
¿Seguiría asechando a Louis?
Y esa misma madrugada se puso en pie sin importar la hora, como el príncipe que era, dando la cara por el amor de su vida, siendo lo suficientemente seguro de si mismo como para emprender camino hacia la habitación la única mujer a la que podía darle información y no lloraría de emoción al ver que había despertado. Su madre.
. . .
A la mañana siguiente, la luz del sol se filtró a través de las cortinas, proyectando un brillo esperanzador sobre la habitación. Louis se despertó, su corazón latiendo mientras se acercaba a Harry, solo para encontrar un espacio vacío a su lado.
El pánico se apoderó de su alma, cerrando su garganta al instante.
No no no, no podía haber pasado esto.
El pánico lo agarró con fuerza, exprimiendo el aire de sus pulmones. Las sábanas se enredaron a su alrededor mientras se enredaba sobre sus pies, desorientado y consumido por el miedo. Llamó el nombre de Harry, su voz vacilando de desesperación, resonando a través de la habitación silenciosa.
¿Dónde estaba Harry?
Las esperanzas de que Harry despertara y estuviera bien eran tan bajas que él sabía que el que hubiera despertado era casi imposible y Harry no estaba con él, probablemente había pasado lo peor.
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Sonata de invierno (l.s)
Romansa-¡Deberías amarme!- grita el joven duque furioso y herido con lágrimas deslizándose por sus mejillas mientras sus ojos lucen rojos y tristes. La noche es fría y la luna se ve reflejada en el agua del lago. Todo da una verdadera sensación de melancol...