17. Alcanzar

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8 de agosto de 2020

La ciudad estaba tan sumida en la oscuridad que ni las llamas conseguían iluminar los rostros borrosos de las decenas de personas que corrían por las calles huyendo. Se había desatado la pelea en la gran plaza frente a su casa, y él lo había visto todo desde la ventana. Los primeros disparos, el ruido de las bombas, la gente gritando y corriendo. Después el humo lo tapó todo y su padre le llamó entre tanto barullo. No se acordaba de como bajó las escaleras porque en un abrir y cerrar de ojos ya estaba corriendo a toda prisa. Su padre ya no estaba y se dio cuenta de que algo lo perseguía. Algo, porque parecía una máquina gigante cubierta de luces que le cegaron como flashes de cámara cuando se giró a mirarlo. Al torcer una esquina, se encontró con la gran avenida desierta, las farolas sin luz y solo el sonido desbocado de su corazón. Tenía que seguir corriendo, pero no podía más. ¿Por qué querían matarlo? ¿Era el fin del mundo? Tosió mientras se apoyaba en una pared, intentando recuperar el aire. El humo llenó sus pulmones, aunque no había fuego, y su garganta dolía como si hubiera estado chillando horas. Tal vez lo estaba haciendo. Había gritado desde su casa, por la calle, mientras le perseguían. Lo iban a atrapar, quedaba poco...


Agoney abrió los ojos y se incorporó de golpe mientras tosía forzosamente. Llevó una mano a la garganta y la imagen de su sueño apareció en su mente, él contra una pared ahogándose. Se sentía más o menos así, agotado y dolorido.

Un escalofrío le recorrió los hombros y volvió a taparse con la fina sábana. Deseaba levantarse y coger una manta, pero no quería moverse. Se quedó temblando unos minutos, con los ojos cerrados, hasta que el picor de su garganta le obligó a levantarse e ir a por agua. O algo caliente, mejor algo caliente que le aliviara un poco.

El pasillo estaba silencioso mientras avanzaba, seguramente todos dormían todavía, ya que esa misma madrugada había tenido que ir a por Emma a una discoteca y nadie se había ido a dormir hasta que volvieron, sobre las 2 y media. Seguramente estaba enfermo porque le dejó su chaqueta a su hermana y él se había quedado con una camiseta de manga corta.

Sin embargo, cuando entró a la cocina su madre estaba apoyada contra la encimera con una taza humeante en las manos y la mirada puesta en Sofía, que comía cereales de un bol. O más bien machacaba sus manos contra la mesita de su trona y se llenaba las mejillas de leche y trocitos de cereal.

- Hola. – La voz de Agoney sonó ronca, casi dolorosa de escuchar.

Maryse le miró alarmada, dejó la taza y se acercó a su hijo con la mano alzada para posarla en su frente.

- Agoney, bebé, estás ardiendo.

- No me siento muy bien. – Esa vez susurró, porque solo hablar era como un cuchillo rasgando su garganta por dentro.

- No hables, vuelve a la cama que te llevaré un té caliente.

Agoney asintió, pero se quedó de pie debatiendo si era normal esperar un abrazo de su madre. Recordaba cuando se ponía malo de pequeño y su padre se llevaba las manos a la cabeza, siempre exagerando, y le envolvía en sus brazos llorando de mentira. Repetía "eres tan joven" y entonces le llenaba de besos y Agoney se encontraba mucho mejor. Su madre siempre fue más resuelta, simplemente le tomaba la temperatura, le daba medicamentos y hacia su comida favorita. Lo que no había cambiado era el Agoney enfermo que necesitaba mimos.

Era la primera vez que se enfermaba desde la muerte de su padre, y a lo mejor era la fiebre, pero se le cristalizaron los ojos y caminó hasta apoyar la cabeza en el hombro de su madre. Ya casi era más alto que ella, así que tuvo que encorvarse un poco. Maryse giró la cabeza y dejó el sobre de té que estaba sacando de la caja para abrir sus brazos y cobijar a su hijo.

Seis meses (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora