20. Despedida

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2 de septiembre de 2020

Todo se torció a partir de ahí. Después seis meses intensos curando sus heridas con ayuda de Raoul, era este quien le lanzaba al fondo del pozo de nuevo, al punto de salida. Se sentía tan incorrecto retroceder por quien le había hecho avanzar.

- ¿Entonces te vas? – Preguntó Agoney, aguantando las lágrimas y sintiendo que algo en su pecho estaba siendo arrancado. – ¿Sin más?

Raoul se encogió de hombros, mirándole con ojos tristes y avergonzados. Después bajó la cabeza a las sábanas. Ambos estaban sentados en la cama del rubio, después de haber pasado la tarde en la piscina.

- Volveré Ago. Solo es un año.

Agoney sollozó dejando escapar una risa. Sentía como si estuvieran en un puente roto, que se iba rompiendo más y más al tiempo que Raoul le explicaba que tenía que marcharse. Y estaban uno a cada lado, sabiendo que se iban a separar y que el puente no volvería a ser el mismo cuando se juntaran.

Raoul había compartido sus dudas, su miedo a irse, pero también sus ganas de intentar hacer las cosas bien, de estar bien él. Agoney entendía que necesitara experiencias nuevas y aprovechar todas las oportunidades que tuviera, pero no podía evitar sentirse abandonado. Sentía que era una despedida para siempre porque Raoul se marchaba a Londres, que estaba muy lejos, y conocería a más gente, mucho más interesante y mucho más fácil de tratar. Y se olvidaría de Agoney.

- ¿Hablaremos por mensaje? ¿Por llamadas? ¿Quieres? – Rogó Agoney.

Su voz sonaba suplicante, pero ignoró el sentirse ridículo, ignoró que parecía un pequeño niño rogándole a su madre por cinco minutos más en el parque. Porque se sentía un poco así, un poco como si no hubiera aprovechado suficiente, un poco como si las tardes en casa del rubio, aprendiendo a tocar la guitarra, comiendo galletas saladas o haciendo fuertes con la manta no fueran a volver, que se esfumarían al despedirse y nunca podría volver a sentirse así. Al menos el niño podría volver al parque al día siguiente. A Agoney, ¿qué le quedaba?

Raoul podría desahogarse tocando, siempre lo hacía cuando tenía algún problema o no se sentía bien, Agoney había visto como se le iban relajando las facciones de la cara, como el sonido de la guitarra lograba absorber sus malos pensamientos. Pero Agoney no tenía guitarra. Él tenía a Raoul, tenía sus abrazos que podían ser suaves, o fuertes y durar lo que él quisiera. No le podían quitar su música, su calma. No le podían quitar a su Raoul. No se creía que Raoul fuera el que decidiera marcharse y sabía cuan egoísta sonaba eso.

- Pues claro Ago. Lo prometo. Miles de llamadas, cada día, por la mañana y por la noche. No nos iremos a dormir sin hablar.

Agoney asintió, su mentón temblando y siendo sujeto por el hombro del rubio que se había lanzado a darle un abrazo. Raoul le apretó fuerte, el cuerpo casi sobre el suyo, y con sus labios besando delicadamente su cuello.

Agoney cerró los ojos e inspiró fuerte. Quería acordarse de su olor, de cómo se sentían sus abrazos, de cómo se oía su voz, a veces susurrada y tranquila, grave por las mañanas, chillona cuando algo le emocionaba, y dulce cuando hablaba de él. Cuando hablaba con él y quería que le escuchara y que le entendiera y que le hiciera caso. Su promesa. Quería que le creyera.

- Vale.

Lo apretó fuerte, hundiendo la nariz en su mejilla, su barbilla en el hombro del rubio. Cerró fuerte los ojos.

Raoul le acariciaba el pelo, pero bajó a su espalda para apretarle también contra él en un abrazo necesitado. Agoney sabía que Raoul también lo estaba pasando mal, que no quería separarse. Pero tenía que hacerlo, porque su futuro era importante y sólo sería un año.

Seis meses (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora