23. Bondad

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1 de Octubre de 2020

Raoul no se ponía celoso nunca. Era el pequeño de tres hermanos, había estado mimado y protegido y había conseguido muchas cosas por su maravillosa sonrisa o sus ojos tiernos. Así que cuando su hermano le dijo que a lo mejor tenía celos del nuevo amigo de Agoney, se echó a reír.

Él había entrado a su habitación a la mañana siguiente de la pelea, cuando vio que Raoul no se levantaba a desayunar. Lo encontró hecho un burrito entre las mantas y dejó escapar un suspiro. Al parecer había escuchado la conversación la noche anterior. Incluso Gala, de la que no esperaba una traición como esa, estuvo de acuerdo en lo de los celos cuando se lo contó.

Pero él no estaba celoso, no se había enfadado con Agoney porque estuviera celoso. Simplemente no le apetecía escuchar, de la boca del chico que le gusta, que hay otro chico que lo trata bien, con el que se lo pasa en grande, y al que tiene en un jodido pedestal.

El sábado por la tarde ya era un perro arrepentido que vuelve a su dueño con el rabo entre las piernas. Solo que no volvió a Agoney, sino que fue con su hermano a acurrucarse en el sofá donde estaba ayudando a Gala a preparar la obra de teatro. No estaba preparado para enfrentarse a su cagada si aún no aceptaba su culpa.

El domingo se pasó el día encerrado en la habitación tocando la guitarra y sintiéndose avergonzado por haber actuado como un idiota. Sentía la culpa desgarrándole la garganta y rasgaba con sus dedos las cuerdas, sin necesidad de púa, hasta sentirlos callosos y entumecidos. Hasta que sus pensamientos quedaban en el aire como motas de polvo que ya no le creaban un nudo en la garganta.

Solo le salía tocar la melodía de la canción que le escribió a Agoney, repitiendo una y otra vez los versos que le cantó, los que le recordaban al casi beso en la piscina, y a la luz de la luna sobre su piel. A las lágrimas que seguramente corrieran por las mejillas de Agoney cuando le colgó el viernes por la noche. Porque Raoul le conocía tan bien que sabía cuál era su cara cuando estaba a punto de llorar. Y lo estaba.

Aun no podía creerse que hubiera actuado así, dejándose llevar por los celos.

Maldito Jonathan y maldita Gala.

Celos que no debería tener porque ese tal Rodrigo era solo un amigo y, aunque no lo fuera, él y Agoney no eran nada más. Nada que implicara sentirse rechazado o traicionado. Fue él quien no quiso complicar las cosas confesándole a Agoney lo que sentía, por lo que tampoco tenía derecho a impedir que otra persona lo hiciera.

Había pasado toda la semana centrado en odiar a Rodrigo y en odiarse a sí mismo por pensar en Rodrigo, que había dejado de lado la universidad. Y pagó con Agoney el sentirse un fraude. Culpó a Agoney por distraerle cuando era el mismo quien se distraía por culpa de sus sentimientos y sus miedos.

El lunes no pudo soportarlo más. Dos días sin hablar con Agoney eran peor que cualquier cosa que se imaginara entre Rodrigo y Agoney. Aceptar que estaba celoso tampoco le gustó, pero era mejor eso que no tener ninguna razón para haber hecho sentir fatal a Agoney.

Cuando miró el móvil tenía mensajes de sus amigos de la universidad y de Nerea. Los de esta última estaban llenos de insultos, que se merecía, pero que le hicieron sentir miserable. Escuchar a Nerea contándole como Agoney la llamó al borde de las lágrimas le dejó destrozado y con más ganas de hablar con el moreno que nunca. Intentó explicarle su versión sin admitir que los celos iban por el lado romántico, pero Nerea le tenía pillado y le conocía tan bien que no pudo engañarla.

Al menos le tranquilizó saber que Agoney había pedido ayuda, que no se lo había guardado. Incluso le alegró que pudiera hablar con alguien de lo cabrón que había sido, porque significaba que confiaba en otras personas y Raoul sabía lo importante que era para Agoney dar ese paso.

Seis meses (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora