32. Final 1/2

215 33 54
                                    

3 de marzo de 2021

Habían pasado seis meses. Y no es que hubiera llevado la cuenta, tachando cada día en el calendario de su agenda, para nada. Pero seis meses parecían ser una especie de maldición que Agoney llevaba consigo desde que tuvo el accidente.

Seis meses en coma, seis meses conociendo a Raoul (y enamorándose de él), y seis meses que llevaban separados. Ansiaba su tacto, sus manos suaves, los abrazos de oso y ver sus ojos en vivo con ese brillo soñador. Había estado escuchando música, que le permitía sentirlo más cerca, en especial esa canción que no salía de su cabeza por su culpa.

Era típico entre ellos dedicarse canciones, algunas de ellas ni siquiera tenían que tener un significado especial, simplemente podían gustarles y querer compartirlas. Pero desde su cumpleaños, a finales de enero, había tenido la canción en bucle, aquella que Raoul le hizo llegar a través de Harry, el dueño de la tienda de discos. Y la pregunta se seguía repitiendo en su cabeza una y otra vez:

Do I wanna know, if this feeling flows both ways (Quiero saber si este sentimiento fluye en ambos sentidos).

Y eso no podía significar nada, no para él al menos, y no para Raoul.

Pero ellos no hablaron sobre eso, ni siquiera Raoul lo mencionó en las llamadas que hicieron después, tal vez porque no quería saber la respuesta, no aun que no podían estar frente a frente. Pero si tan solo Agoney pudiera decirle que sí, que ese sentimiento estaba fluyendo, que les recorría a ambos, que palpitaba con fuerza queriendo salir a la luz porque se estaba cansando de estar encerrado en su pecho, entonces lo haría. Le quería tanto que deseaba gritarlo hasta que se quedara sin voz. Pero aun así, cuando hablaba con él se quedaba callado. Tal vez porque esperaba que fuera Raoul quien empezara esa conversación, tal vez porque había sido él también quien había dado el primer paso, y esperaba que lo aclarara un poco antes de dar él el siguiente. Porque aunque Agoney se había vuelto más valiente, había cosas en las que aún se sentía un cobarde.

Los últimos meses habían sido raros, hubo menos llamadas y menos charlas hasta la madrugada. Menos consejos y menos música compartida. Y se habían prometido que no dejarían que su amistad se perdiera entre recuerdos y anécdotas, que seguirían siendo los mismos, pero nunca se sabía. Y dios, sentía que había vuelto a ser el mismo que hacía un año, cuando estaba lamentándose sobre la hierba mojada y había un vacío feo en su corazón. Cuando aún no conocía al rubio, cuando aún no se había tropezado con él en el parque y no se habían hecho amigos. Cuando aún no encontraba eso por lo que seguir y seguía viviendo la vida como un espectador y no como el protagonista que debía ser. Que aprendió a ser con Raoul.

Habían cambiado tantas cosas, y solo fue gracias a la chispa de Raoul, a sus ojos brillantes y su sonrisa contagiosa. Solo por sus palabras alentadoras y esa fuerza de voluntad que se le pegaba como una sombra y le acompañaba mientras superaba sus propios miedos. Le hacía valiente y le hacía libre.

Ahora hablaba con su madre, y su casa seguía siendo un caos, pero más controlado y sobre todo más unida, podía confiar en ellos y no había tanta carga que soportar. Su familia estaba bien, pero seguía faltando algo. Lo único diferente era que, en ese momento, si sabía que era: le faltaba Raoul, que ya era parte de la familia, Raoul que ya era parte de su vida y de su felicidad. Él estaba bien consigo mismo, y aunque le costó, ahora ya era consciente. Pero se había acostumbrado a Raoul, su corazón seguía latiendo por él, y no iba a ser posible que él cambiara de opinión. No se le puede llevar la contraria a un corazón enamorado, y menos siendo la primera vez y amando con tanta fuerza y desesperación. No, Raoul tenía que volver a él, Agoney haría lo que fuera.

- ¿Qué piensas tanto cielo? – Su madre entró en la habitación. Seguramente habría dado dos golpes a la puerta entreabierta, que Agoney no había escuchado. Se había ido acostumbrando de nuevo al cariño de su madre, a sus caricias y a las miradas comprensivas y sin culpa. Y ya se sentía bien, ya podía devolverle una sonrisa sincera y le apetecía pasar tiempo con ella. Habían dejado el orgullo, ambos, y podían ayudarse. – ¿No llegarás tarde si no te vas ya?

Seis meses (Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora