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Despierto de golpe al sentir algo frío recorrerme el cuerpo.

Abro los ojos y trato de enfocarlos, arriba de mí hay un foco que ilumina un poco el lugar sombrío y helado en el que estamos.

Hay varios hombres alrededor de mí, sus ceños están fruncidos mientras que me observan con atención y algunos con espanto, como si estuvieran viendo a un fantasma.

- Lenna.- habla una voz masculina pero gentil.

Me revuelvo en mi lugar, tratando de quitar los lazos que sujetan mis muñecas fuertemente.
Me doy cuenta de que mi chaqueta no está y solo tengo mi playera de tirantes.

- ¿Qué quieres?- gruño.

- Nada.- en mi campo de visión aparece el mismo anciano que vi en el avión antes de quedar inconsciente.

- Entonces suéltame.

- ¿No me recuerdas?- frunce el ceño.

- Jamás te he visto en mi vida.

- Claro que sí.- asiente una vez.

- Mientes.

- Te creíamos muerta.- sus ojos brillan.

- ¿De qué hablas?- hundo más las cejas sin comprender nada.

- Que bueno que no lo estás Lenna.

- No me llamo Lenna, me llamo Len.

- No.- niega con la cabeza.- Eres Lenna Fernsby Amery, hija de Johnathan Fernsby y Diane Amery.

- No.- niego repetidas veces la cabeza, tratando de alejar ese dolor punzante en mi cerebro.

- ¿Dónde estuviste todo este tiempo?

- Ya te dije que no soy esa mujer. Libérame antes de que acabe con todos aquí, incluyéndote.- lo fulmino con la mirada.

- No recuerdas nada.- suspira.

- Ya cállate.- pido frustrada, ya que el dolor aumenta.

- Déjame contarte lo que en realidad pasó.- dice con voz dulce.

- Dices mentiras, todo lo que sale de tu boca son falacias.

- ¿Entonces me dirás que no tienes una mancha en tu abdomen?- alza una ceja.- Cerca de tu ombligo.

- Eso...- me corto.- Es verdad, pero no prueba nada, pudieron verme mientras estaba inconsciente.

- Sé que eres alérgica al maní, odias la comida fina y cara y prefieres la chatarra, tu fruta favorita son las fresas.

Me quedo con la vista fija en el suelo, pensando cómo es que sabe todo eso de mí.

- Déjame explicarte lo que pasó en realidad Lenna, nadie de aquí te hará daño a menos de que tú los lastimes.

- ¿Cómo sé que no mientes?- lo miro con el ceño fruncido.

- Si confías en mí, te contare toda la verdad.

Me quedo callada, pensando en si es buena idea, en si debo confiar en ese hombre que sabe mucho más cosas de mí que yo misma.

- Bien.- me relajo.

Hace un asentimiento de cabeza y un tipo de acerca a quitarme las sogas que aprietan fuertemente mis muñecas.

Cuando me libera, me pongo de pie con cuidado, tratando de recuperar el equilibrio.

- Sígueme.- pide el hombre.

Subimos unas escaleras hasta estar en otro sitio en donde todos es de madera pero lujoso.
Las escaleras están a mi izquierda, frente a mí hay un sofá grande de color gris, en la pared hay un librero gigante que llega hasta el otro extremo.

Fin del juego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora