│• La Cabaña del Lago •│Parte 2

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Agnes Ivanova.

Deslicé mi mirada hacia la casa asimilando lo oculto que estábamos de los chicos detrás de esta camioneta. La noche estaba llegando y con la iluminación naranja de la casa, se podía distinguir muy poco ya el exterior azulado por la nieve.

— La reacción debió haber sido rápida — rodeó mi mandíbula y ladeó mi cabeza detallando mis pupilas.

— ¿Qué intentabas hacer?

Miró hacia la montaña.

— Lo encontraste ¿No es así? — asintió — No hay forma de llegar allá en camioneta. De todas formas, tu plan no iba a funcionar — me reí de él — Eso fue bajo de tu parte — tomé su muñeca y la aparté de mi rostro — Para desgracia tuya, sabía que la botella tenía algo y para informarte, mi cuerpo no reacciona a elementos químicos en general, no sin una fórmula exacta.

Sonrió y odiaba a muerte que siempre todo lo tuviera en cuenta. Nada se le escapaba y él no dudaba en probarlo para confirmar sus teorías.

— Podría ser más bruto en todo caso — pasó su pulgar por mi labio inferior.

Di un paso atrás y previno el movimiento sujetando con fuerza mi muñeca. Miró a la camioneta otra vez y luego de varios segundos esperando a que lo hiciera por mi cuenta, despacenciando él tomó las riendas de su objetivo.

Abrió la puerta, me metió a ella y antes de que pudiera accionar con rapidez, lo cerró con fuerza y brutalidad a milímetros de mi cara.

Abrí mi boca, impactada.

Al solo intentar una vez volver a abrirlo, lo dejé en paz porque el seguro se había puesto por el sistema inteligente de la camioneta. Se subió a la parte del piloto en un milisegundo y arrancó para acelerar y girar con destreza hacia el bosque. Vi a los chicos salir de la casa apresurados, pero ya poco iban a hacer. Tragué saliva y lo miré a través del retrovisor, cruzándome de brazos, para ocultar la inquietud que me causaban sus acciones.

— Qué infantil eres — solté y me miró a través del espejo retrovisor.

— Pero te tengo.

Traté de tranquilizar a mi corazón y convencerme de que si William no venía con nosotros, no era un secuestro del cuál debía preocuparme. Aunque nada era tranquilo para mi mente después de todos estos meses siendo acechada y amenazada por ellos; aun así traté de mantener la calma.

— Hay muchos acantilados. Incluso para mí es desconocido recorrer estos terrenos con la nieve a tope.

— Tengo mis trucos.

— ¿Cuándo será el día en que pierdas?

— Nunca — aceleró con más fuerza.

— Baja la velocidad, ahora, Hans, que, si tu vida no te importa, yo debo de cuidar aún de mi hijo.

T U Y O S (Míos #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora