Capítulo 7: La habitación de los secretos

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A veces, nuestros miedos nos otorgan las respuestas que buscamos. 

El detective se acercó con cautela, Katherina seguía sentada en el suelo organizando las cosas que habían encontrado

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El detective se acercó con cautela, Katherina seguía sentada en el suelo organizando las cosas que habían encontrado. Ella fingía estar en su mundo, concentrada en las notas que tomaba, había notado la presencia del detective pero, no se atrevía a mirarle a la cara.

Sabía que traía malas noticias.

–¿No me vas a preguntar? –dijo cuando se sentó junto a ella.

Kathe le miró de soslayo y negó con la cabeza, prefería ahorrarse el mal trago.

–Mejor–El detective se estiró para tomar algunos papeles, estaban organizados tal y como él los había dejado, ella había respetado su acuerdo y no había tratado de averiguar las cosas por su cuenta.

Buena señal–pensó.

Un mal presentimiento le llegó al ver como fruncía el ceño con los papeles que sostenía.

–¿Qué has visto?

Katherina le miró sin mover el gesto de su rostro mientras le tendía los apuntes que había hecho, el detective les echo un vistazo. Era un recuento de todos los trastos que había encontrado.

–¿Qué pasa?–preguntó confuso pues, no había nada raro en aquella lista.

Katherina miró a ambos lados antes de contestar.

–Que me falta el abrecartas.

El detective abrió los ojos de golpe.

–¡¿Qué?!–susurró casi a gritos. Acortó la distancia que había entre ellos– ¡¿Cómo pudiste dejar un arma a la vista?!

Kathe contuvo la respiración por la cercanía y por el miedo. El detective estaba muy alterado.

–Lo siento–bajó la vista a sus muñecas–, no pensé que alguien pudiera cogerla–tan solo desvió la mirada unos minutos, se levantó para ir a la mesa y volver, no tardó demasiado...supuso que fue lo suficiente para que desapareciera.

–Sí, exacto, no pensaste.

A pesar de que su corazón se podía haber desbocado al sentir al detective tan cerca, el verle negando con la cabeza, con la decepción en sus ojos y con aquellas palabras... dejó de verle de la misma forma. Las palabras duelen y, en aquel momento, su corazón no estaba acelerado por aquella cercanía que le permitía contar las cicatrices de su rostro. Sino porque ese no era el lugar, el momento y tampoco eran cercanos como para que le soltara aquellas palabras.

–¿Por qué crees que iba a pensar que alguien pudiera cogerla?–rodó los ojos–no soy tan paranoica como tú.

–No es paranoia, es precaución.

–Si bueno, pero aquí el detective eres tú–se cruzó de brazos y alzó una ceja–¿o no?–Quisiera o no, la voz del detective le había traído nuevos fantasmas a la memoria. Sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más, pero de ellos no salió ni una sola gota–. Es tu responsabilidad, no la mía.

El Caso MünchbergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora