Forty one

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Los alfas permanecieron en silencio durante largo rato. Tan largo, que jeongyeon empezó a tamborilear los dedos, preguntándose si la habían creído. Luego su padre habló.

—¿cariño, por qué no se lo habías contado nunca a nadie? —cuestiono SeHun.

Jeongyeon tuvo que meditarlo por un momento.

—Bueno, al principio no quería decírselo a nadie por miedo a que la tía Irene también me empujara por las escaleras y muriera como mamá. —la pequeña se removió en la silla, notando que su respuesta no era aceptable para los alfas—. Además. —dijo con voz firme—, nadie me lo preguntó. —se defendió formando un puchero en los labios.

Su respuesta dejó a los alfas sin habla mientras ellos también recordaban las horas posteriores a la muerte de Seulgi. Jeongyeon había llorado como una histérica y, aunque todo el mundo creyó que sollozaba por la pérdida de su madre, tal vez el miedo y un sufrimiento aún más intenso podrían haber sido la causa de su angustia.

Para evitar que la niña tuviera que soportar los rigores de un juicio e intentara adaptarse a una vida sin su madre, SeHun la había enviado a casa de sus abuelos. Y los abuelos de jeongyeon habían jurado no mencionar la muerte de su madre.

SeHun se echó hacia atrás y tomó la mano de su amigo.

—¿Qué opinas Chanyeol? —preguntó SeHun.

–Opino que deberíamos buscar al juez Siwon porque tenemos una gran historia que contarle. —Chanyeol se volvió a la niña—. ¿Crees que le podrías contar al juez tu historia, igual que a nosotros jeongyeon?

Jeongyeon asintió, luego movió la cabeza con violencia en señal de negativa.

—¿Qué pasa? —preguntó su padre—. ¿No quieres contárselo al juez? Así JunMyeon podrá venir a casa a vivir con nosotros.

Jeongyeon no quería reconocer que tenía miedo de lo que el juez y la tía Irene hicieran cuando supieran que jeongyeon era una soplona. Se aferró a las últimas palabras de su padre, ignorando el hecho de que todo dependía de que repitiera la historia al juez Siwon.

—¿Puede venir JunMyeon con nosotros esta noche? —jeongyeon se puso en pie—. ¿Ya son los humanos nuestros amigos para que podamos volver a casa?

—Todo volverá a la normalidad en muy poco tiempo cariño. —le dijo SeHun—. Tú cuéntale al juez tu historia, igual que nos la has contado a Chanyeol y a mí, y todo saldrá bien. —prometió SeHun.

Jeongyeon abrazó a su padre y corrió a la otra habitación para darle a su gatito aquella maravillosa noticia.

SeHun ni siquiera se molestó en decirle que no corriera dentro de la casa. Él apenas podía reprimir las ganas de saltar. Todo iba a salir bien. JunMyeon quedaría libre.

—Le voy a pedir al juez que nos case antes de que volvamos a la granja. —le dijo SeHun a Chanyeol—. Lo llevaré a casa como mi legítimo esposo, en todo lo alto porque mi mate se lo merece.

Chanyeol se sentó al borde de su escritorio y contempló a su amigo. SeHun había sufrido mucho y Chanyeol detestaba tener que explotar su burbuja de felicidad, pero quedaban muchas cosas por hacer antes de que SeHun pudiera llevar a JunMyeon a la granja.

—Tengo una idea bastante certera de dónde se aloja el juez. —dijo Chanyeol—. Será mejor que vayamos a verlo ahora que jeongyeon tiene fresca la historia en la cabeza. No quiero que se emocione y empiece a adornar la historia o, peor aún, que le entre el miedo y se niegue a hablar.

Pero SeHun ignoró la advertencia de su amigo, porque sus pensamientos estaban puestos en el futuro.

—Ya verás como hacemos las paces con los humanos. Jimin tiene unas ideas maravillosas en ese sentido. Me las contó mientras veníamos a caballo... —SeHun miró a su alrededor—. ¿Dónde está Jimin? —inquirió.

Chanyeol dio un golpe en la mesa con la mano.

—No lo sé, pero será mejor que lo encontremos enseguida, porque se suponía que debía hallar la manera de liberar a JunMyeon y sacarlo del territorio para que nadie lo encontrara.

Los alfas corrieron al interior de la casa y tropezaron con jeongyeon, que estaba sentada en el suelo jugando con su minino.

—Lo siento, cariño. —se disculpó su padre mientras se aseguraba que no le había hecho daño—. Tenemos que encontrar a Jimin. ¿No sabrás a dónde ha ido?

—Lo vi marcharse cuando entró la tía Irene. —les dijo jeongyeon —. Se marchó hacia la torre Guru.

—Buena chica. —Chanyeol le dio una palmadita en la cabeza—. Yo ni siquiera me di cuenta.

—Bueno, solo porque mis orejas son demasiado grandes no quiere decir que no pueda ver. —le dijo la niña con indignación.

Los dos alfas rieron y por la Luna que SeHun sentía bendecido, qué agradable era, porque SeHun se había preguntado si volvería a sentir deseos de reír alguna vez.

—Iré a buscar a Jimin. —dijo SeHun—. Tú llévate a jeongyeon a ver al juez.

Y Chanyeol supo que, a pesar de su delirio de felicidad por la inocencia de JunMyeon, su amigo no quería volver a oír la historia de la infidelidad de su esposa.

SeHun se dirigió hacia la torre de vigilancia Guru, parándose en los establos y cobertizos, por si acaso Jimin se había refugiado en uno de ellos hasta que se hiciera de noche y tuviera más posibilidades de rescatar a JunMyeon.

Afortunadamente no vio a Irene caminando con arrogancia por la calle, la pluma de su abrigo totalmente erecta como si desfilara como un militar. Porque la noticia de la llegada del juez Siwon no había tardado en saberse en la pensión de la señora Timmons, donde se alojaba. Apenas había entrado en el comedor cuando lo habían mencionado. Prescindiendo del desayuno, Irene había girado sobre sus talones y había salido del establecimiento. Iba a ir a ver al juez y a decirle que quería la custodia de esa maleducada de Oh jeongyeon. Enderezaría a esa niña. De ninguna manera acabaría siendo una perdida como su madre.

Lo único que Irene tenía que hacer era convencer al juez para que le diera a jeongyeon y asegurarse de que obedeciera la ley al pie de la letra y colgara a JunMyeon.

Cuanto antes fuera a reunirse con su hacedor, mejor, porque Kim JunMyeon era el único omega al que Irene temía. JunMyeon había estado en la casa el día de la muerte de Seulgi. El omega nunca había acusado a Irene de empujar a Seulgi por las escaleras, pero solo era cuestión de tiempo que lo hiciera, e Irene no estaba dispuesta a consentirlo. Al menos mientras le quedara sangre en las venas y tuviera la justicia de su lado.

Después de todo, razonó Irene, JunMyeon no era más que un instrumento de la Luna que estaba a su favor claramente. Si no, nunca habría regresado a casa antes de tiempo y no hubiera sorprendido a su pobre y débil marido y a su antigua amiga en el piso de arriba de la casa vistiéndose apresuradamente. Y, aunque había sospechado que había algo entre la esposa de su vecino y el pobre y débil de Leeteuk, nunca había podido sorprenderlos juntos. Pero aquel día en particular... sabía que había sido un designio de la Luna. No solo que los sorprendiera a esos mal agradecidos, sino que Kim JunMyeon estuviera allí para aceptar la culpa de la muerte de Seulgi y que nadie tuviera que saber que Leeteuk había traicionado a su esposa. A la gran Irene.

Sin duda era obra de la Luna. Y Irene creía en el poder de la diosa de la fertilidad y protectora de todos los cambia-formas. Y tanto que sí. Lo mismo que creía que no había que airear los trapos sucios con los vecinos. Mientras protegiera el honor de su familia, estaría cumpliendo con su cometido en la tierra.

—Y que la Luna se apiade del que intente impedir que ese omega acabe en la horca. —susurró con fervor farisaico. 

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cualquier error me dicen ya saben, los amodoro muchisimoo

UN OMEGA INOCENTE-SEHODonde viven las historias. Descúbrelo ahora