Capítulo 2. Parte 1

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El viaje fue una tortura. Después de que Miranda colgó, me quedé en shock durante un buen rato, en ese momento no supe si fueron algunos minutos o hasta horas. Cuando salí de la impresión, corrí al baño, abrí la tapa del inodoro y vomité hasta quedarme vacío. Vi cómo el líquido viscoso y amarillento salía de mi boca y mi nariz hasta el retrete y eso me hizo dar más arcadas. Cuando terminé, jalé la palanca y bajé la tapa.

Me quedé en blanco, hasta que los recuerdos me inundaron: el nacimiento de Iris, su bautizo, sus tres años, su primer día en la escuela, su primera comunión... Sus XV años... Empecé a sentir dificultad para respirar y sudé frío. <<De seguro es una mala broma> me quise engañar, pero no... Miranda nunca habría bromeado con eso.

Como pude salí de la casa y subí al auto. Ahí noté que mis manos, al igual que el resto de mi cuerpo, temblaban sin parar. Comencé a sentirme un poco mareado pero antes de dejar que la ansiedad me consumiera, me puse en marcha.

Cuando llegué a mi destino, el único hospital activo de la ciudad, pues había uno abandonado en las afueras, bajé del auto con rapidez y me dirigí a la habitación donde estaba el forense. Una vez allí, divisé a Miranda en la esquina, llorando con amargura y limpiándose las lágrimas con un pañuelo.

El médico me indicó que me enseñaría el cadáver de la persona que se encontró y tenía que reconocer si era o no mi hija. Entró a un cuarto especial que estaba separado con un enorme cristal y se dirigió al cuerpo cubierto. Bajó el cierre de la sábana que lo cubría y me quedé sin aire al reconocer el rostro de Iris, frío, pálido, sin vida... sus ojos, antes llenos de alegría, parecían dos cuencas vacías, sin ninguna expresión. Su rostro y cuerpo tenían signos de violencia y un corte en la garganta indicaba que había sido degollada... La muerte me había arrebatado a mi hija de la peor manera posible. Sentí que las ganas de vomitar volvieron pero me contuve.

El médico forense salió del cuarto especial y se dirigió a mí.

—¿Es su hija? —Preguntó. Trató de parecer conmovido pero me pareció que su preocupación era solo una farsa, y claro, estaba acostumbrado a esos sucesos.

—Sí —murmuré—. ¿Cómo...? —No pude terminar de formular la pregunta.

—Su hija fue... —dijo con voz suave, en un intento inútil de tener tacto—. Ella fue asesinada y se encontró evidencia de abuso sexual... —Continuó con rapidez, dando una explicación que me mató aún más por dentro.

No quería escuchar más, por suerte el hombre calló cuando Miranda se plantó frente a mí y me dio un puñetazo con todas sus fuerzas, logrando hacer mi cabeza hacia atrás.

—Señora, ¿qué...?

—¡Cállate! —Bramó. En seguida posó su mirada furiosa en mí—. ¡Es tu culpa! ¡Todo esto es tu culpa! —Gritó—. ¡Tenías que cuidarla, pero estabas tan ocupado con tus mierdas que no le pusiste atención!

—Tú no tienes derecho a decirme eso —dije serio, poniendo una mano en mi nariz, que empezaba a sangrar—. ¡Tú también tenías que estar allí! ¡Pero preferiste irte a follar con tu nuevo novio que vivir con nosotros!

Miranda me vio con indignación. Estuvo a punto de volver a golpearme pero unos policías, que antes de eso habían estado en total silencio, la detuvieron. Volteé y no me sorprendí de ver allí a González; tenía una ceja alzada y trataba de contener una sonrisa cínica, parecía divertido de disfrutar el espectáculo que dábamos mi exmujer y yo.

—¡Te odio! —Me gritó Miranda, tratando de soltarse, en vano, de los hombres que la tenían agarrada—. ¡Suéltenme...! ¡Te odio! ¡Has arruinado mi vida!

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora