Capítulo 44.

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Pretty Little Psycho - Porcelain Black



Al siguiente día desperté con una fuerte jaqueca. Tanto llorar había surtido efecto, sentía mi cabeza reventar. Acaricié mis sienes y frente con las yemas de los dedos y me senté en la cama. Volteé hacia todos lados en busca de mi primo pero no estaba en la habitación. Solté un suspiro y volví a recostarme.

Sobé mi frente durante un rato hasta que la puerta del cuarto se abrió. Caín, o mejor dicho Fernando, entró con una sonrisita, llevaba en la mano una bolsa de plástico donde estaban unas botellas y empaques.

—¡Ya despertaste! —Exclamó—. Mira, traje comida. —Me explicó que fue a una tienda de autoservicio cercana y compró unos panqués y dos botellas de refresco.

Se sentó en la cama, tomó el empaque, sacó un pastelillo y me lo extendió pero hice una mueca de asco. La migraña me había provocado nauseas, así que no quería saber nada de comida.

—Aleja eso. —Le di un manotazo para que lo apartara de mi vista.

—¿Por? Tienes que comer.

—Me duele la cabeza y tengo asco, prefiero no hacerlo.

—No has comido desde antier —me regañó, volviendo a extenderme el panqué.

El asco aumentó, así que corrí al baño. Abrí la tapa del excusado y di algunas arcadas; a pesar de no tener nada en el estómago, la sensación de querer vomitar no se iba. Después de un rato en que me calmé, enjuagué mi boca y salí de allí. Caín me miró con atención mientras terminaba de comer su panqué.

—No me digas que te embarazaste del sacerdote.

—¡No! Deja de decir ridiculeces —exclamé molesta—. Por cierto, consígueme un analgésico para el dolor de cabeza, no la aguanto.

Asintió con la cabeza y salió de la habitación. Aproveché para darme una ducha rápida. Al terminar me tuve que colocar la misma ropa, no tenía otra. Cuando salí del baño, Caín me esperaba con una pastilla para el dolor y un vaso de agua. Me tomé el analgésico y me recosté para esperar a que hiciera efecto.

Mi primo se metió a bañar y cuando salió, me preguntó acerca de mi estado.

—¿Ya estás mejor?

—Ya.

—Mmm... Ahora come.

—No.

—Vamos, tienes que hacerlo.

—No tengo hambre.

—¡No me importa! Te vas a tragar el panqué quieras o no —dijo con tono duro.

—¿Por qué? —Pregunté con molestia.

—¡Porque te lo ordeno! —Alzó la voz—. ¡Te lo tragas o te meto la comida a la fuerza!

Lo vi con fijeza. Era la primera vez que lo veía actuar como un hermano mayor. Caín era mi amigo, mi confidente, mi amante, mi familia pero jamás me ordenaba nada, no me gritaba ni era autoritario, sin embargo en esa ocasión se mostró firme ante mí. No respondí, simplemente tomé el empaque para sacar un pastelillo, lo llevé a mi boca y mastiqué con lentitud.

Antes de dormir, saqué el rosario, que estaba escondido entre mis ropas, y lo acaricié con delicadeza. De nuevo tuve ganas de llorar pero me contuve. Caín, que había colgado su abrigo y la gabardina encima del sillón, se acercó para sacar el celular.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora