Capítulo 34.

1.5K 201 70
                                    


Al principio no me pareció la gran cosa, sí, era muy guapo pero su estado inconsciente no le ayudaba mucho en ese momento. Pat lo miró con preocupación mientras Caín lo ataba a una silla y explicaba quién era y cómo lo atraparon. Su nombre era Isaac Villaseñor, un sacerdote de una colonia pequeña que nunca había estado involucrado en asuntos turbios... hasta ese momento.

Una vez que Caín se fue, pues tenía que ver unos asuntos con las apuestas clandestinas, me acerqué a él y le di unas palmaditas que lograron despertarlo. Abrió los ojos y lo primero que noté fue que eran de un verde tan bonito que se me figuraron a dos esmeraldas. Nos miramos durante unos segundos, en los cuales pude detallar bien su aspecto: contaba con rizos castaños, un rostro bello y varonil, apariencia cuidada, complexión delgada. De repente volteó y notó la presencia de Pat.

—Pat, ¿qué rayos...? —A pesar de su tono consternado, su voz me pareció tan agradable, era grave y muy masculina.

Culpé a Pat y le pregunté qué sabía pero él no tenía idea de nada. Como simple protocolo, pues tenía que hacer mi trabajo, le di un guantazo que le volteó el rostro. Insistí una vez más.

—Pat solo me dijo que se metió en cosas malas que tienen que ver con drogas y prostitución, es lo único que sé —respondió mirando hacia abajo. Le di otra bofetada.

Pat me gritó pero lo ignoré y dirigí las pinzas al dedo del sacerdote, que se puso lívido como un fantasma. El viejo abogó por él, indicando que no sabía más pero lo ignoré.

—Por favor... —mencionó Isaac con un gesto de súplica, viéndome a los ojos—. No sé nada más.

Fruncí el entrecejo y me sorprendí al percibir una sensación extraña dentro de mí. Mis víctimas nunca me daban lástima, jamás les mostraba ni un ápice de compasión, sin embargo una incomodidad se adueñó de mí en ese momento. Abrí la boca para preguntarle las razones por las cuales no debía torturarlo, si me decía algo ingenioso consideraría no hacerle nada, pero la puerta se azotó de golpe.

—¡Deja a ese hombre en paz! —Entró Goliat con un gesto preocupado.

—¿Eh?

De ahí empezamos una pequeña discusión, él insistía en que si torturaba al sacerdote mi castigo en el infierno sería mucho peor y yo, como siempre, debatí sus argumentos, indicándole que él también se iría ese lugar. Goliat insistió con su idea del purgatorio pero de repente Isaac habló, tomándome por sorpresa por segunda ocasión.

—Dios vomita a los tibios. —Apretó la quijada.

Alcé una ceja mientras Goliat se apresuraba a explicar que, antes de morir, pediría perdón para lograr irse al purgatorio pero Isaac repitió su frase anterior con tono firme.

Pat miró mal a Isaac, parecía querer que se callara, pues Goliat intercedió por él y aun así le dijo sus verdades a la cara, sin embargo puedo decir que desde ahí empezó mi admiración hacia él, puesto que no le importaba quedar mal con la única persona que intervenía por su bienestar, no era un hipócrita y decía la verdad aun si eso significara no tener un protector.

Goliat me dio otra advertencia y salió de la habitación con rapidez, espantado por las palabras de Isaac, y yo suspiré con fuerza.

—Creo que al final sí son unos inútiles. Aun así insistiré un poco más... Pero otro día.

Chequeé que estuvieran bien amarrados. Cuando revisé a Isaac, no pude evitar repasarlo con la mirada una vez más, me parecía una persona interesante. Al confirmar que todo estaba acomodado de manera correcta, apagué la luz y salí. Mientras colocaba los candados, la imagen del hombre de rizos castaños vino a mi mente.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora