Capítulo 7.

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Enemy - Imagine Dragons



Después de meditar varios días, tomé la decisión de que quería salirme del narcotráfico. Changoleón me llamó para hacer una entrega, la última que haría según yo, después de eso pensaba irme de la ciudad sin dejar rastro. Estaba seguro que mi jefe y sus secuaces me rastrearían y asesinarían, pero en ese momento pensaba que era mejor morir con el poco honor que me quedaba a vivir como un criminal, porque aunque el gobierno no era justo, tampoco lo eran las acciones que cometía, gracias al narcotráfico mucha gente inocente corría peligro y ya no pensaba seguir con eso.

Carl me dio un paquete y me comentó que debía ir a las afueras de la ciudad para esperar al distribuidor. En la tarde-noche fui al lugar indicado, me escondí en un callejón y esperé a que recogieran la droga. No tenía idea quién iría, pues yo no conocía a los distribuidores hasta que se paraban frente a mí y me hacían una leve seña para que les diera la mercancía; por eso mismo nos citábamos en lugares poco concurridos y tenía la leve sospecha que Changoleón les decía algo como "cuando veas a un viejo con cara de pendejo, te acercas a él".

Como la persona que tenía que estar allí no llegaba, saqué mi celular para echarle un vistazo a la hora. Llevaba el paquete escondido bajo mi brazo, pues sabía que, para la gente con la que me juntaba, eso tenía más valor que mi vida.

Después de un rato, comencé a desesperarme por la impuntualidad. Le mandé un mensaje a Changoleón indicando la situación. Estaba tan entretenido con mi celular, que no noté que me tenían rodeado hasta que fue demasiado tarde.

Al sentir que mi presencia no era la única, levanté la vista de mi aparato telefónico y una mezcla de sorpresa, nervios y miedo se apoderó de mí. Seis tipos se acercaban peligrosamente, eran jóvenes, fuertes y llevaban armas a la vista.

—Buenas noches. —Traté de parecer tranquilo. No respondieron, así que seguí hablando—. ¿Se les perdió algo? La cantina está más adelante. —Hice referencia a un lugar de mala muerte que tenía una pésima reputación.

Me vieron con la misma indiferencia con la que llegaron y se acercaron más. Volteé a mi alrededor pero no había por dónde escapar. A pesar de mi miedo, me enojé un poco al pensar que moriría a manos de unos desconocidos, prefería que me mataran mis compañeros, por lo menos los conocía y quién sabe, a lo mejor me tenían un poco más de consideración.

El que estaba frente a mí me acorraló contra la pared.

—Dame el paquete, si lo haces por las buenas tal vez no te mate tan feo —dijo una voz gruesa y socarrona.

—No —contesté.

De por sí me iban a matar y pensé que era mentira eso de que me tendrían compasión, así que decidí "darles pelea". Muy pronto me arrepentí, pues entre los seis comenzaron a golpearme por diversión, ya que el paquete me lo quitaron casi en seguida. Fue muchísimo peor que cuando me pegó el novio de Valentina. Me sentí como un balón de futbol, pateado por un montón de imbéciles.

En un momento pararon de golpearme y creí que me iban a dejar en paz, pero me equivoqué, pues al tratar de levantarme mi principal agresor me metió una patada en el estómago. Me doblegué y aprovechó para ponerme el pie encima.

—¡El viejo creyó que se iba a librar! —Se burló. Los otros soltaron unas risitas socarronas.

—Me sorprende que lo hayan contratado, se ve más imbécil que el otro.

<<¿Otro?>> pensé, <<¿qué otro?>>.

—Es hora de la diversión.

Uno de ellos sacó una navaja. Creí que me iba a degollar pero sentí que la sangre se me fue a los pies cuando dirigió ese artefacto hacia mi dedo. Antes de asesinarme, planeaban torturarme.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora