Capítulo 48.

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Esa noche Caín me insistió en acompañarlo a un bar, ahí buscaría trabajo como mesero y deseaba que saliera del departamento para distraerme un poco y cambiar de aires. Acepté a regañadientes, me coloqué mi vestido gris y fuimos directo al lugar. Mientras Caín hablaba con el encargado, yo me senté en la barra y jugueteé con mi cabello para pasar el rato. El cantinero, un joven de piel morena y ojos oscuros, se acercó a mí mientras limpiaba una jarra con un trapo.

—No sabía que los Testigos de Jehová vienen a predicar a estos lugares. —Vio con burla mi vestimenta. Rodé los ojos y le enseñé el dedo de en medio. Él fingió espanto al ver esa acción.

—No soy testigo de Jehová, soy católica —le aclaré; si Isaac tenía esa religión, yo adoptaría la misma.

—¿Hay diferencia? —Alzó una ceja, socarrón.

—Claro que sí.

—¿Cuál? —Dejó una jarra en la mesa y se cruzó de brazos.

Abrí la boca pero la volví a cerrar, no tenía idea de qué responder pero una voz muy conocida lo hizo por mí.

—Hay muchas diferencias en cuanto a rituales y creencias pero no vale la pena explicártelo si lo único que quieres es burlarte.

Me quedé estática en mi lugar, ¿sería posible? ¿Acaso esa era mi señal? El portador de esa voz se sentó a mi lado, logrando que me encogiera en mi lugar. Volteé hacia otro lado para que el cabello me cubriera el rostro. El cantinero miró de uno a otro con una expresión seria, probablemente pensó que tenía posibilidades de ligar conmigo pero el ver un hombre mucho más grande y fuerte a mi lado lo acobardó.

—¿Quieren algo de tomar? —El tipo se incomodó y cambió el tema.

—Tráeme una sidra.

—¿Y tú?

Negué con la cabeza sin voltear hacia el hombre que estaba a mi lado.

—Si quieres puedo invitarte un trago —dijo. Me encogí de hombros y él tomó ese gesto como una afirmación—. Tráele lo mismo a la señorita.

El cantinero asintió con la cabeza y se dio la media vuelta, dejándonos solos.

—¡Qué tipo más pesado! —Rio—. Debería saber que la religión no es un tema para conversar con desconocidos.

—¿Ah, no? —Puse un tono de voz más grave para que no me reconociera y funcionó, puesto que siguió hablando como si nada.

—No, solo con familiares. Mi... Mi hija siempre me debatía todo —suspiró—. Ella no creía y la decepcioné mucho, así que siempre quería hacerme dudar o me echaba mis verdades a la cara. —Volvió a suspirar.

—Suena a que es una hija de puta.

—¡No! —Exclamó en un tono molesto—. Digo, es que ella... Ella y mi hijo son buenos pero... —se detuvo.

—¿Pero...? —Lo insté a continuar sin voltear a verlo, tenía curiosidad, quería saber qué diría.

—Pero no fui el mejor padre para ellos, creo que en el fondo me odian y en verdad no los culpo.

No pude resistir más, volteé hacia él con lágrimas en los ojos.

—Goliat...

Él puso una expresión de asombro al reconocerme.

—¡Salo...! No puede ser, ¡eres tú! ¡En verdad eres tú!

—¡No te odiamos, nunca lo hicimos! —Exclamé y me eché en sus brazos. Seguía estando tan musculoso como siempre. Goliat me estrechó con fuerza, llenó mi rostro de besos y me sentó en sus piernas.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora