Capítulo 8.

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Recuerden  que El Rey NO es el padre de verdad de los chicos, así le dicen pero no guardan ningún lazo sanguíneo.


Pronto llegamos a la casa-guarida de Changoleón. Entramos sin hacer ruido y los vimos. Se encontraban jugando póker y no escucharon nuestra llegada, así que carraspeé para atraer su atención.

—Te tardaste, ¿hubo algún problema? —Preguntó Changoleón con tono neutro sin voltear hacia mí.

—Ammm...

Al' volteó y se puso pálido al notar a mis acompañantes. Le hizo una seña a Changoleón, logrando que tanto él como Carl y Milo voltearan hacia nosotros.

—¡Príncipes! —Exclamó, tratando de disimular que su llegada no era de su agrado.

—Hola —saludó Muñequita—. Toma. —Le extendió el paquete, que tomó en seguida.

—¿Qué sucedió? —Me señaló. Mis heridas eran mal agüero pero imaginé que estaba actuando, de seguro sabía que esos tipos iban por mí.

—Tú sabes... —dijo con obviedad—. Ah, y nosotros nos encargaremos de Cactus —dijo restándole importancia.

—Oh... Eso es... bueno —murmuró luego de unos segundos.

—Sí... Por cierto, queremos saber por qué es su última entrega. —Me señaló. Mis compañeros me miraron con extrañeza.

—¿Eh?

—Eso, Changoleón, este hombre nos acaba de decir que esta era su última entrega, ¿por qué?

Changoleón se quedó sin habla; me miró de mala manera.

—Pat...

—Conque Pat —murmuró para ella misma.

Intervine para no meter a Changoleón en problemas.

—Yo... Ah... —Todos me miraron. Empecé a sentirme nervioso—. Mi hija fue asesinada, necesito alejarme de todo. —En mi defensa, eso sí era verdad. Ellos no tenían por qué saber que me metí en eso solo para tratar de "vengarla".

Muñequita y Degollador se miraron entre ellos y me volvieron a enfocar.

—Es una lástima —mencionó ella sin darme mucha importancia—, ¿pero qué tiene que ver?

—Este...

—Changoleón... —Lo miró, buscando una explicación.

—Yo... —Me aniquiló con la mirada—. No tenía idea —dijo la verdad.

Hubo un silencio sepulcral que Degollador rompió luego de unos segundos.

—Hay que matarlo —me señaló.

—¡En realidad...! —Dije sobresaltado. Degollador me mostró una sonrisa ladeada, Muñequita me miró con interés—. Era una broma... De mal gusto —agregué al ver que nadie decía nada—. No planeo salirme, solo estaba jugando —reí con nervios. Nadie me creyó; la joven me observó durante unos segundos más. Parecía que, al final, ella tenía la última palabra.

—¡Ay, qué gracioso! —Dijo con sarcasmo—. Pero no deberías bromear con eso —"aconsejó".

—No pude evitarlo —reí con falsedad.

—Ja. Bueno, nos vamos —se dirigió a Changoleón con una sonrisa, tendiéndole la mano. Él la besó por puro compromiso. A los otros tres los ignoró, como si su presencia no fuera importante.

—Hasta luego.

—Vámonos.

Muñequita y Degollador se dieron la media vuelta y se dispusieron a salir de ahí. Changoleón, Al', Milo y Carl me miraron muy enojados. Al final no me iban a matar unos desconocidos, sino mis compañeros, tal y como lo había deseado, aunque en ese momento ya no me sentía tan seguro de querer morir.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora