Capítulo 10.

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Heathens - Twenty One Pilots.



Ese mismo fin de semana, Caín me invitó a entrenar con él y Salomé. Una de las habitaciones más grandes estaba habilitada como un gimnasio donde no solo había mancuernas, pesas y aparatos para ejercitarse, sino también había una sección especial donde estaban acomodados cuchillos y otros objetos punzocortantes.

Miré cómo Salomé y Caín entrenaban. Llevaban ropa deportiva, ella usaba un top y un pantaloncillo corto y pegado que resaltaba sus curvas; él estaba sin camisa y llevaba un pants holgado. Ambos tenían cuerpos definidos, abdómenes marcados y, aunque sus músculos no eran exagerados, se notaba que contaban con mucha fuerza y resistencia.

Salomé me miró sin ocultar su desdeñosa burla.

—¿No vas a entrenar, Pat?

—Oh, claro... —Busqué con la mirada la mancuerna más liviana. Encontré una de ocho libras y empecé a mover mi brazo de arriba abajo. Salomé soltó una risita.

—¿En serio?

—No estoy acostumbrado a ejercitarme.

—Oh... Bueno, por algo se empieza.

—Sí.

Ella tomó dos discos de cinco kilos y se colocó en un aparato donde debías acostarte y levantarte, servía para endurecer el abdomen. Volteé hacia Caín, que ejercitaba sus brazos levantando una pesa con dos discos de diez kilos en cada lado; su complexión era delgada pero bien constituida, aun así a mí, que no acostumbraba a nada de eso, se me hizo bastante. <<Malditos mocosos presumidos>> pensé.

Después de una hora en que me hice el tonto mientras ellos hacían su entrenamiento de alto rendimiento, los jóvenes suspiraron con cansancio. Salomé miró el reloj.

—Es suficiente —bostezó.

Por mi parte, me quedé pensando en una idea que era tonta pero en su momento me pareció increíble. Uno de esos días, revisando imágenes en mi celular, la mayoría fotos de Iris sola o conmigo, vi que tenía una fotografía donde me encontraba en una reunión laboral con mis compañeros. Ahí estaba Valentina, así que recordé con preocupación, que seguía teniendo ese novio inestable.

—Chicos, necesito un favor —dije, atrayendo su atención.

—¿Qué favor? —Salomé alzó la barbilla, sin estar muy convencida de escucharme.

—Mi exnovia está saliendo con un idiota, quería su ayuda para alejarla de él.

Caín soltó una risa burlesca.

—¿Por qué no vas tú?

—Lo intenté pero no funcionó.

—¡Lástima!

—Vamos, ayúdenme —insistí. Algo bueno tenía que sacar de ellos, ¿no?

—No, Pat —se metió Salomé—, no estamos para complacer tus intereses, nosotros le servimos al Rey. —Sin decir más, se dio la media vuelta, tomó su botella de agua y una toalla para secar el sudor y salió de allí.

Volteé hacia Caín con esperanza.

—¿Qué? —Me miró serio.

—Vamos, apóyame en esto.

—¿Y qué ganaría yo? —Alzó una ceja.

—No lo sé... —Me quedé pensativo—. Tal vez traumatizar a un hombre... de por vida —agregué al ver que sus ojos empezaban a llenarse de entusiasmo.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora