Capítulo 4.

7K 759 447
                                    


El siguiente día no dudé en visitar a Isaac para contarle todo lo que había visto.

—¿Qué opinas? —Dije después de un momento de silencio, dándole un sorbo al café que me invitó.

—Pues viste un asesinato, normalmente te diría que declararas para que le hicieran justicia a ese pobre hombre pero eso te pondría en riesgo.

—¿Qué debería hacer?

—No digas nada —dijo luego de unos segundos.

—¿El sacerdote me pide pecar de omisión? —Me burlé un poco, tratando de hallar, con mi pésimo humor, el lado divertido del asunto.

Isaac frunció el entrecejo.

—No quiero que te lastimen, eres mi amigo, pero si quieres hablar, hazlo —dijo serio.

—No, gracias —reí un poco para aligerar el ambiente.

—Yo que tú ya no iría a esos bares de mala muerte.

—Bah, ver eso fue mala suerte, no creo que vuelva a pasar —dije seguro. La noche anterior no pude dormir por la angustia, pero el sol parecía ahuyentar mis temores.

—Mmm, no te confíes.

Decidí cambiar el tema de conversación para no pensar más en eso, necesitaba distracción, no más preocupaciones en mi vida. En ese momento no tenía idea de lo que el destino me iba a deparar en el futuro.


***


Después de eso, no ocurrieron cosas interesantes antes del suceso que me llevó a mi perdición. Las vacaciones que me adelantaron habían concluido, sin embargo no regresé. Recibí varias llamadas de Alberto, Valentina y algunos otros compañeros pero no respondí ninguna. Tenía mis ahorros en mi cuenta bancaria, estaba seguro que sobreviviría con eso algún tiempo, ya después vería qué hacer.

Una tarde, en la que me encontraba mirando un concurso ridículo por un canal nacional y bebiendo cerveza, alguien tocó el timbre de la casa. Me levanté con pesadumbre, mirando de reojo el desastre que había tirado por ahí. Solía ver mucha televisión para no pensar, no quería recordar a mi hija, era muy doloroso. Me coloqué frente a la puerta y abrí sin asomarme a ver quién estaba detrás. Cuando Valentina apareció del otro lado, me sentí turbado.

—Hola —saludé.

—Buenas tardes.

Me quedé callado, mirándola con atención. Después de algunos segundos, reaccioné.

—Eh, ¿quieres pasar?

—Me gustaría —aceptó. Una vez dentro, miró alrededor—. ¡Pero qué desastre! —Exclamó.

—Un poco. —Sobé mi cuello, apenado.

Pasamos a la sala de estar y la invité a tomar asiento.

—Ya no has ido al trabajo, si faltas mañana te van a despedir, ya no puedo hacer nada por ti.

—No te molestes.

—Pero Pat, ¿qué harás con tu vida?

Me encogí de hombros. Valentina se acercó más a mí y puso su mano en mi pierna.

—Me preocupas.

—No te preocupes por mí —dije con sinceridad. Ella era joven y bonita, a sus treinta años era muy exitosa y con un futuro brillante. Por mi parte, era un hombre de cuarenta y dos, acabado, sin nada qué ofrecer, no tenía estabilidad emocional y pronto me iba a quedar sin una fuente de ingresos, sin embargo eso último no me preocupaba mucho.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora