Capítulo 16.

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Breaking the habit - Linkin Park


A pesar de todo, Salomé nos había demostrado ser de confianza, así que la seguimos, no teníamos nada que perder... la vida, quizás, pero de por sí íbamos a morir, mejor irnos limpiecitos. Tal vez fue una decisión estúpida, porque existía la posibilidad de que nos llevara a otra sala de tortura con equipos más sofisticados, como los de la era medieval, pero en ese momento no pensamos en eso.

Dentro de la habitación de tortura, los minutos, horas, y días pasaban pero no teníamos una noción del tiempo tan acertada. Sabíamos que Goliat nos visitaba temprano y Salomé a mediodía pero hasta ahí, ni siquiera llevaba bien la cuenta de cuántos días teníamos encerrados.

Era de noche, pues todo estaba oscuro y no había ninguna persona aparte de nosotros. Subimos las escaleras para ir a las habitaciones principales y seguimos a Salomé, que nos guió por un pasillo tenebroso con cuadros antiguos y mesas que cargaban floreros y adornos de porcelana fina.

—Tengan cuidado con eso —susurró la chica.

Caminamos unos metros más y abrió una puerta. Nos invitó a pasar y obedecimos. La habitación estaba oscura pero, una vez que cerró, prendió la luz y observamos alrededor. Era un cuarto muy grande, de paredes color beige y piso alfombrado, contaba con una cama king size llena de almohadas que se veía demasiado cómoda, al lado un buró con una lámpara y un reloj encima, un sofá cama, un armario enorme de color blanco, un tocador lleno de perfumes y con un cepillo arriba, un espejo de cuerpo completo, un pequeño librero, un escritorio donde yacían algunos libros y hojas, y una puerta de madera de cedro al lado izquierdo del lecho. Asimismo, el aire acondicionado encendido hacía que estar allí se sintiera como el cielo, pues en el cuarto de tortura se percibía un calor infernal.

—Bienvenidos a mi habitación —dijo sonriente. Me sorprendí un poco, si desde un principio hubiera mencionado que nos iba a llevar a su cuarto, habría imaginado un lugar oscuro, tétrico, con cuchillos, armas e instrumentos de tortura en cada esquina, llena de juguetes eróticos, incluso con cadáveres pudriéndose y partes del cuerpo de sus víctimas como decorado, no la habitación de una chica normal.

Isaac y yo nos miramos sin comprender y la enfocamos.

—¿Es seguro que estemos aquí? —Preguntó Isaac con nervios.

—Sí, nadie entra sin mi permiso, salvo Caín, pero a estas horas debe estar durmiendo. —Colocó su dedo índice en su barbilla.

—Eso no me tranquiliza —murmuró. Le eché un vistazo al reloj y vi que marcaban las doce con cuarenta minutos.

—No te preocupes por él. —Le restó importancia. En seguida señaló ropa doblada y unas toallas que estaban encima de la cama—. Conseguí esto para ustedes. —Imaginé que se las pidió a la servidumbre.

—Gracias —dije—. Oye, por cierto, ¿qué le pasó a mi ropa? —Pregunté por las prendas que llevé conmigo a la hacienda.

—Se las repartieron entre los sirvientes —sonrió con un gesto encantador.

Debí suponerlo.

—¿Y qué le hicieron a mi celular? —Era una duda que me surgió hacía algún tiempo pero no había tenido oportunidad de preguntar.

—Caín estuvo jugando con él pero lo descompuso.

Fruncí el entrecejo, también debí suponer eso.

—¿Cómo? —Pregunté con curiosidad—. ¿Qué le hizo?

—Trató de hablarle a tu amiga, esa tal Valentina, pero no entró la llamada porque te tenía bloqueado, así que se enojó y lo azotó contra el suelo —explicó, haciendo un movimiento grácil con su mano.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora