Capítulo 28.

1.5K 261 115
                                    


El martirio empezó poco después, cuando nos obligó a torturar una rata por primera vez. Insistía en que debíamos ser fuertes y que atormentar a ese animal nos daría más carácter. Caín empezó a lloriquear pero padre lo amenazó, dijo que si no torturaba al animal, a él le iría mucho peor. No tuvimos más remedio, empezamos a martirizar al roedor y desde ese día nos volvimos un poco más monstruos y menos humanos.

Después de la rata, otros animales fueron nuestras víctimas. En una ocasión no quise torturar a un gatito porque me dio lástima pero padre insistía en que debía hacerlo. Me solté a llorar y estuvo a punto de golpearme pero Caín se colocó delante de mí y recibió el golpe.

—¡Padre, no le pegues a Salomé! —Chilló.

—¡No defiendas a esa inútil!

Lloriqueé y maté al gato con rapidez.

—¡Padre, ya maté al gato, por favor déjalo!

—¡Tenías que torturarlo! —Bramó dejando en paz a Caín, que cayó de rodillas al suelo.

—¡Conseguiré otro y lo torturaré mucho!

—¡Más te vale!

Se alejó con paso firme y nos dejó en el jardín. Estuvimos ahí hasta la tarde-noche, ya que Goliat salió a buscarnos porque no nos encontraba en ningún lado.

—¡Aquí están! ¿Dónde se habían metido? —Al vernos con atención, su expresión cambió a una preocupada. Ambos nos hallábamos consternados, sentados en el pasto. Yo estaba embarrada de sangre seca—. ¿Qué les pasó?

Ninguno respondió. Entramos a la hacienda, nos dio de cenar, tomamos un baño y nos acostó.


***


Cabe decir que los entrenamientos se volvieron aún más duros, aparte de tener condición, agilidad, fuerza y elasticidad, empezamos a hacer volteretas, aprender a pelear y defendernos. Si algo no me salía bien, me aguantaba las lágrimas de frustración y miedo al tener al hombre delante de mí gritándome que era una estúpida, no quería que volviera a pegarle a mi primo por mi culpa. Caín, en cambio, era más débil, él sí se soltaba a llorar y lo único que lograba era recibir unos buenos golpes por su inutilidad. Admito que yo también recibí pero no tantos como él. Ya no volvió a defenderme porque le pedí que no lo hiciera, pues las palizas eran peores.

Cuando tuve siete años empezamos a disparar. Al principio padre se colocaba atrás de nosotros para sostener nuestros brazos e insistía en que debíamos agarrar el instrumento con firmeza para que no golpeara nuestro rostro. Nos enseñó cómo armar y desarmar la pistola y admito que en eso fue muy cuidadoso. También contrató profesores para que nos enseñaran diversas artes marciales y empezamos a entrenar lanzando cuchillos, incluso llegamos a practicar con las dos manos; cada día mejorábamos más. Padre se mostraba complaciente e incluso nos felicitaba al ver nuestro enorme progreso.

Todo estaba relativamente bien. Goliat se mostraba inconforme con padre, al que nombraba "El Rey", apodo que se puso por Herodes según me enteré después, sin embargo no hacía nada para enfrentarlo, a pesar de que era mucho más grande y fuerte, parecía tenerle miedo y eso hizo que empezara a parecerme patético.

Cuando cumplí ocho años las cosas empeoraron, pues tuve que matar a alguien por primera vez, logrando que una parte importante de mí también muriera. Esa tarde llevaron a un hombre todo golpeado a la hacienda; padre nos mandó a llamar y entramos a una habitación donde vimos al individuo ensangrentado, sentado en el suelo, amarrado con sogas y clamando por piedad. El Rey ignoró sus súplicas y le dio una pistola a mi primo para que le disparara. Caín tomó el arma y apuntó pero no se atrevía a jalar el gatillo, temblaba de miedo.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora