Capítulo 30.

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Les recuerdo que esta semana hay maratón, trataré de actualizar diario.

Por si se les olvida, que no creo, les recuerdo que El Rey no es el padre de Salomé y Caín, tampoco los ve como "hijos" sino como una clase de subordinados. También que Salomé ya tiene 18 para este momento.



Ego - Willy William



Pasaron dos años y en ese tiempo nos volvimos más monstruosos que nunca. Éramos crueles y no respetábamos la vida humana. Goliat empezó decirnos que nuestros actos nos llevarían al mismísimo infierno pero no nos importaban sus palabras, nos limitábamos a verlo con burla e ignorar sus palabras.

Al único que quería era a Caín; a Goliat lo apreciaba a pesar del resentimiento que tenía hacia él porque nunca hizo nada para defendernos; a padre lo obedecía sin chistar, siempre estuve acostumbrada a servirle y sentía que ese era mi propósito en la vida, aunque muy en el fondo lo odiara.

Mi apariencia infantil desapareció por completo, mis pómulos se acentuaron y empecé a usar maquillaje para que mis labios se vieran más gruesos y mis ojos más grandes, mi cabello platinado que casi parecía blanco, todo eso me hacía parecer una muñeca viviente. Asimismo, mi cuerpo era atlético, contaba con una cintura pequeña, abdomen marcado y curvas definidas: senos de tamaño mediano, piernas de infarto y unos glúteos envidiables, esto último eran palabras de las sirvientas, no mías. De hecho algunas me odiaban porque a la mayoría de los hombres de la hacienda se sentían atraídos hacia mí. No los culpaba, cuando Caín y yo hacíamos acto de presencia era normal que se fijaran en nosotros. En lo personal podía percibir su mirada llena de deseo cuando me enfocaban y amaba esa sensación.

Caín y yo nos volvimos tan inhumanos que padre, complacido por eso, empezó a cumplir nuestros caprichos. Me di cuenta que le gustaba que fuera vanidosa, así que una de las primeras cosas que pedí fue un espejo de cuerpo completo, ya después me encargué de adquirir más pequeños y colocarlos en diversos lados de la hacienda para poder verme seguido. El objeto no tardó en aparecer en mi habitación y yo solía ponerme frente a éste en ropa interior para admirar mi belleza, incluso varias veces llegué a posar mis labios sobre él para besar mi reflejo.

En una ocasión, Caín entró a la habitación mientras besaba el espejo. Me separé del cristal y él se colocó tras de mí y me abrazó, colocando sus manos en mi vientre.

—¿Qué? ¿Estás enamorada de ti misma? —Me susurró mientras depositaba algunos besos en la parte de atrás de mi oreja.

—Sí, lo estoy —sonreí, ladeando mi cabeza para que tuviera un mejor acceso a mi cuello.

—No te culpo, todos lo estamos.

Sin que me lo esperara, me cargó, haciendo que soltara una risita, y me llevó hasta la cama. Se colocó encima de mí, recargado en sus antebrazos, y me besó con rudeza, halando un poco mi cabello con su mano derecha; empezaba a ser brusco a la hora de tener sexo y a mí me encantaba.

Obviamente esto llegó a oídos de padre, así que una noche me llamó a su habitación. Toqué despacio y me invitó a pasar.

—Padre —murmuré con cautela. La habitación solo estaba iluminada por la tenue luz de una lámpara y él estaba recostado en su cama.

—Hola, Salomé —dijo insinuante. Fruncí el entrecejo.

—Has solicitado mi presencia, debo preguntar para qué.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora