Capítulo 36.

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Sentimental crisis - Halca



Les indiqué a los prisioneros que me siguieran y que tuvieran cuidado con las figuras de porcelana fina de padre. Los dirigí a mi cuarto, los invité a pasar y prendí la luz, logrando que observaran mis cosas con detenimiento.

—Bienvenidos a mi habitación —sonreí como una buena anfitriona. Se vieron entre ellos y, segundos después, me miraron.

—¿Es seguro que estemos aquí? —Preguntó Isaac. Lucía nervioso.

—Sí, nadie entra sin mi permiso, salvo Caín, pero a estas horas debe estar durmiendo. —Puse un gesto pensativo mientras colocaba mi dedo índice en la barbilla.

—Eso no me tranquiliza.

—No te preocupes por él. —Señalé la ropa y toallas sobre la cama—. Conseguí esto para ustedes.

Pat me agradeció y cuestionó qué le había pasado a la ropa que llevó de su casa, a lo que respondí con la verdad: se la repartieron entre los sirvientes. También inquirió por su celular y expliqué que Caín lo descompuso porque quiso hablarle a esa Valentina y, como la llamada entró directo a buzón de voz, se molestó y lo azotó contra el suelo. Asimismo preguntó por un reloj que ni siquiera había visto; estaba segura que alguno de los hombres que lo trajo a la hacienda se lo quitó para venderlo.

—Bueno, pueden usar mi baño —cambié el tema, señalando la puerta—, conseguí unos rastrillos y crema de afeitar. Si quieren usen la bañera, hay agua caliente y burbujas de baño.

—Creo que te amo —musitó Pat. Le sonreí con ironía, él no me interesaba para nada, ¡quería a Isaac! Que él se llevara un buen trato por ser su amigo le era muy favorable.

Empecé a juguetear con mi cabello mientras veía al sacerdote, que lucía anonadado. Pat le dio una palmada en el hombro que lo hizo reaccionar.

—Pat —lo miró—, ¿quieres bañarte primero?

—Ve tú.

—Está bien, trataré de ser rápido.

—No te preocupes, disfrútalo.

Antes de entrar al baño, caminó y se puso frente a mí, colocando las manos en mis hombros.

—¡Muchas gracias por esto!

—No hay de qué. —Traté de verme tranquila pero fue inútil, mi corazón latía con fuerza, mi estómago sentía un molesto cosquilleo y mis mejillas ardieron.

Isaac entró al cuarto de baño y le indiqué a Pat que dormiría en el sofá cama. Me agradeció aunque sabía que no hice eso por él.

—No lo hagas, agradécele a tu amigo. —Pat estaba ahí por Isaac, no quería que gozara beneficios pero el clérigo no hubiera aceptado ir a mi cuarto sin él así que no tuve opción.

—Oh, eso haré.

Lancé un suspiro y me acomodé en la cama, de manera que mi espalda quedó recargada en la cabecera. Segundos después, hablé.

—Sabes, creo que no importa lo que haga, igual me tiene asco. —Necesitaba desahogarme, no tenía a nadie más para hablar de eso.

—¿Qué? ¡No!

—Es verdad, no mientas para hacerme sentir mejor, hace rato se apartó de mí, de seguro piensa que soy una... una... Una degenerada que practica la endogamia. —Vi hacia abajo—. Ahora te entiendo, lamento haberte juzgado.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora