Extra: Dulce. Parte 1

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Mi padre me vendió a un mafioso; sé que en muchas películas y libros se han romantizado situaciones similares pero para mí fue un infierno. Desde que llegué a la hacienda de ese hombre, me dejaron muy en claro mi posición y las reglas que debía seguir: no contaba con un nombre propio, "mis dueños" podían tratarme como basura, solo estaba ahí para limpiar y complacer.

Obviamente no podía mostrar mi inconformidad, así que desde el primer momento me dediqué a asentir y acatar órdenes, era más fácil de esa manera, pues si algún sirviente se rebelaba, este era torturado y finalmente asesinado de manera cruel.

Eso sí, admito que mi estancia habría sido mucho más sencilla si no me hubiera involucrado con él.


***


Mi primera semana no fue muy reveladora, tenía dieciséis años recién cumplidos y lo único que hacía, después de mis deberes, era ir a la habitación que compartía con otras tres compañeras y echarme a llorar por mi fatídica situación. Una de ellas, la más grande de edad —tenía a lo mucho unos veintitrés años—, se acercó y palmeó mi espalda a modo de consuelo.

—Ya, ya, tranquila —murmuró. Entendía su postura, ¿pero cómo quería que me tranquilizara? No podía dejar de pensar en mis hermanitos. Mientras papá se drogaba y mamá se prostituía, yo me encargaba de cuidar a mis tres hermanos pequeños mientras intentaba sacar adelante mis estudios, pero todo se vino abajo cuando mi padre, por culpa de unas apuestas clandestinas, perdió todos sus ahorros de años.

Como no tenía cómo cubrir su deuda, llegó a un acuerdo con el dueño del lugar: pagaría por él a cambio de entregarme a mí. Papá no dudó ni un segundo en aceptar el trato y cuando llegó a casa, lo primero que hizo fue empacar una maleta, haciendo caso omiso a mi llanto y al de mis hermanos, para echarme de ahí.

Un hombre fue a recogerme y a la fuerza, con ayuda de mi papá, me metió en el auto. Quise darle pelea pero una bofetada logró aletargarme, así que el camino lo hicimos en silencio.

Al llegar a mi destino, me sorprendió ver una gran hacienda rodeada de un inmenso patio lleno de flores y árboles. Entré al lugar junto con mi captor y unas muchachas con uniformes negros, diminutos y de encaje blanco se encargaron de recibirme y llevarme a mi nueva habitación, misma que compartía con otras chicas. Estas, al verme llegar, me miraron con lástima.

—Bienvenida al infierno —murmuró una de ellas. Yo solo tragué grueso.


***


Después de una semana, empezaba a adaptarme a mi nuevo modo de vida. Las chicas me explicaron que, a pesar de no tener un nombre frente a los dueños de la hacienda, entre ellas se llamaban con nombres de joyas y piedras preciosas.

—Yo soy Zafiro —dijo la mayor, una morena de cabello rizado—, ella es Perla y ella es Jade. ¿Cómo quieres que te llamemos?

—¿Hay alguna Rubí? —Pregunté con voz quedita. Ellas negaron con la cabeza—. Entonces me quedo ese apodo.

—Bien, me gusta —murmuró Zafiro.

Al principio creí que mi estancia sería peor. Sí, trabajaba mucho pero era tolerable, me cansaba más cuidando a mis hermanitos. Una punzada de angustia se apoderó de mi pecho al recordarlos, así que dejé de sacudir y respiré con dificultad, tratando de ahuyentar mis lágrimas.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora