Capítulo 40.

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Llevamos a los prisioneros al cobertizo. Pat e Isaac avanzaban cabizbajos. Yo caminaba frente a ellos, con la cabeza levantada, resonando mis tacones con fuerza. Goliat iba tras ellos con los grilletes en mano, simulando supervisar el traslado. Los sirvientes nos miraron atentos pero no se acercaban; un chico que tenía artículos de limpieza me notó, así que dio la media vuelta y corrió hacia el otro lado.

Al llegar a la cocina, los encargados de hacer la comida nos miraron con impresión. Cuando pasé cerca de uno de ellos, se apartó con rapidez.

—Recuerdo este lugar —musitó Pat. Cómo olvidar la vez me encontró con Caín.

—¡Cállate! —Le di un manotazo en la boca con molestia, no quería que dijera algo que me hiciera quedar peor frente a Isaac. Algunos cocineros se sobresaltaron al ver esa escena.

Salimos de ahí y nos dirigimos al cobertizo, pasando por un camino de piedras. El jardín de la hacienda era hermoso, había muchos arbustos y árboles frutales, una fuente de piedra y muchas flores. Sonreí un poco al ver un rosal blanco.

—Ese invernadero es muy pequeño para el cultivo de marihuana —dijo Pat de repente. En la parte de atrás teníamos un pequeño invernáculo donde cultivábamos cannabis para nuestro uso personal.

—De seguro tienen más terrenos —murmuró Isaac.

—Exacto, lo de aquí es prácticamente para nuestro uso, el Rey tiene más terrenos en otros lados donde hay cultivos mucho más grandes —le dije a Isaac—. Y Pat... —Lo vi con fijeza—. Cállate.

Él asintió. Saqué las llaves de mi bolsillo y abrí el lugar lleno de polvo y mugre. Volteé hacia Isaac con pena.

—Siento este estado tan lamentable. —En verdad me apenaba dejarlo ahí pero no podía ordenar a la servidumbre que limpiara el lugar, hubiera sido mucho más sospechoso.

—No te preocupes.

Moví el interruptor para prender la luz y Goliat les quitó las esposas y les tendió una caja de toallas húmedas que llevaba en su bandolera. Los dos hombres se limpiaron con ellas.

—Se quedarán aquí hasta mañana —expliqué.

—Me sorprende que el Rey no te haya puesto peros —dijo Pat.

—Tú sabes que suelo ser convincente —sonreí. <<Si supieras lo que tuve que hacer>>.

—¿Exactamente qué le dijiste? —Isaac me vio con fijeza.

—Le dije que no sabían nada pero quería seguir torturándolos, y que aquí era más fácil para deshacernos de los cuerpos con rapidez. —Era una verdad a medias.

—¿Y qué respondió?

—Que estaba bien. —Mi sonrisa nunca flaqueó.

No me arrepentía de nada, tenía que hacer lo que estuviera dentro de mis posibilidades para sacarlo de ahí.

—Espero que no te haya pedido que, antes de deshacerte de los cuerpos, se los llevaras —dijo Goliat.

<<Cállate, Isaac no tiene que saber eso>>. Apreté los puños. Suficiente con lo que había vivido, no quería perturbarlo más.

—¿Para qué querría eso? —Preguntó el clérigo, enarcando una ceja.

—Goliat, no les digas. —Junté mis manos a modo de súplica.

—¿Qué? —Preguntó Pat.

—El Rey suele pedirles que saquen los órganos de los cadáveres en cuanto antes para traficarlos —explicó el guardaespaldas. Isaac hizo una mueca que combinaba el asco, la impresión y la consternación—. Vamos, no pongan era cara, el tráfico de órganos es muy normal en nuestro entorno, aunque no es algo que me agrade.

La hacienda de los psicópatas © +18 |Completa|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora