Capítulo 3

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Me despierto al sentir como alguien deja un beso en mi mejilla. Cuando consigo abrir los ojos me encuentro con mi abuela sentada en el borde de la cama. Le sonrío y ella me devuelve la sonrisa.

– ¿Qué tal has dormido? – pregunta acariciando mi hombro desnudo.

– Bien... – digo adormilada.

– Venga, levántate que tienes que ir a recoger las llaves de tu apartamento.

– ¡Arg! – exclamo revolviéndome en la diminuta cama.

No sé cómo pude dormirme en ella porque es la mitad de pequeña que yo, y eso que yo soy una enana.

Me levanto con pereza y me dirijo al baño para darme una ducha. Cuando vuelvo del baño me pongo unos shorts blancos y una camiseta simple negra. Opto esta vez por unas sandalias de plataforma, también negras, que me aumentan unos centímetros de altura.

Bajo a la cocina y cojo una tostada y un vaso de zumo de melocotón. Tras desayunar y charlar un rato con mis abuelos, le doy un beso y un abrazo a mi abuela y me subo al coche de mi abuelo.

Conduce durante unos diez minutos hasta adentrarse en la ciudad. Una vez que llegamos al edificio nos quedamos parados enfrente.

Es un edificio de por lo menos quince plantas con lujosos ventanales que dan hacia la calle y con las paredes de un todo gris oscuro. Hay una entrada amplia hacia un vestíbulo elegante y en ese momento salen por sus puertas un hombre y una mujer muy bien vestidos.

Miro a mi abuelo de reojo y él se encoge de hombros antes de guiarme hacia el imponente edificio.

En recepción me encuentro con un hombre de mediana edad con el pelo bien engominado y unos ojos con expresión cansada.

– Emm... Hola, soy Eila Cooper – veo que no dice nada por lo que continúo hablando –. Mi padre ha comprado un apartamento aquí y me dijo que usted tiene las llaves.

Me mira por un momento y luego baja la vista a su ordenador.

– ¿Robert Cooper? – pregunta volviendo a mirarme.

Asiento y acto seguido me entrega las llaves. Le sonrío dándole las gracias y mi abuelo y yo nos metemos en el ascensor. Este tarda un rato en llegar a la séptima planta. Una vez se abren las puertas metálicas del ascensor, nos encontramos en un espacioso descansillo con dos puertas de madera oscura al frente.

Entramos en la puerta de la derecha y me sorprendo al ver el apartamento. Es bastante grande y de concepto abierto. A la izquierda se encuentra la cocina con una enorme isla en medio. Es blanca aunque la adornan toques negros. A la derecha se encuentra un espacio que hace el papel de comedor con una pequeña mesa redonda y un mueble para la vajilla muy elegante. Al fondo hay un enorme salón con un sofá gigante de color grisáceo, y en frente de este hay una televisión de pantalla plana rodeada con estanterías hasta el techo. 

Los ventanales que se veían desde la calle son los del salón, que dejan unas maravillosas vistas de la ciudad.

Entre la cocina y el salón hay un pequeño pasillo con dos puertas; una que da al baño y otra al dormitorio.

Doy un par de vueltas por el apartamento y cuando ya he recorrido todas las habitaciones y me he cerciorado de que es real y los papeles que me ha entregado el portero son los que corresponden a este piso y a los datos de mi padre, me quedo muda.

– ¿Cómo... cómo han pagado esto? – pregunto atónita.

Mi abuelo se sienta en el sofá y yo hago lo mismo.

– Tus padres no han pagado esto solos. Tu abuela y yo les hemos ayudado – dice calmado –. Queríamos que estuvieses cómoda.

Ya me lo imaginaba. Mi padre no se preocuparía tanto por mí.

[1]Desde que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora