Capítulo 30

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minimaratón 2/2

Eila

– Ethan es muy buen chico – dice mi madre y yo sonrío acariciando su mano.

Desde que se despertó ayer, no ha parado de hablar y de preguntarme cosas, intentando evitar que le haga preguntas sobre lo sucedido. Siempre dice que está bien, que no le duele tanto como parece y que en cuestión de días estará de vuelta en casa.

No le he hablado de que dentro de un momento vendrán los agentes, ni tampoco he mencionado a mi padre, pero sé que si no lo hago voy a explotar.

– Me alegra que te caiga bien, aunque a ti te cae bien todo el mundo...

– Veo la parte buena de la gente, eso es maravilloso – susurra apretando un poco mi mano.

– No cuando te vuelves ingenua.

No la miro cuando lo digo, pero siento que su agarre se afloja y sé que es porque no le ha gustado que dijera eso.

– Mamá creo que ya es el momento de hablar de lo sucedido – informo volviendo a mirarla a los ojos –. Ni los abuelos se creen que haya sido un accidente doméstico, mamá... yo sé perfectamente lo que ha pasado y esperaba que me lo dijeses tú sin tener que preguntarte. Te he dado tiempo, pero... dentro de una hora vendrán los agentes para tomarte declaración y poner una denuncia.

Veo como le tiembla el labio inferior y aparta la vista para cerrar los ojos e intentar no llorar. Odio verla así de vulnerable.

– Antes de venir hablé con el doctor. Dice que mañana podrán darte el alta. Volveremos a casa, mamá – digo intentando captar su atención, cosa que no consigo –. A casa de verdad, no con mi padre.

Casi escupo la palabra porque aún me duele llamarlo así. Esta vez mi madre me mira y niega repetidamente con la cabeza.

– No ves que así va a ser peor – profiere en un susurro casi inaudible que me pone los pelos de punta.

Nunca la había escuchado hablar así, con tanto miedo. Y por fin me doy cuenta de todo el mal que ha sufrido y lo fuerte que ha sido por mí. Me duele el corazón solo de pensar las lágrimas que ha llorado en secreto y las noches en vela que ha pasado ocultándolo todo bajo una sonrisa y dejando las cosas pasar como si nada. No quiero verla así.

– No puede hacerte daño, mamá. Ya no.

Mis ojos se nublan al pensar en todos los golpes que ha aguantado, en todas las discusiones y en todos los insultos. En todas esas veces que se ha mostrado fuerte por mí. Todo para que yo pudiese vivir lo que ella vivió de joven y no lo que estaba viviendo ahora.

Me levanto de la butaca y me dirijo hacia la puerta, justo antes de sentir la mano de mi madre rodear mi muñeca.

– ¿A dónde vas?

Su mirada está cargada de dolor y preocupación y se me rompe el alma.

– Voy a hacerte las maletas, mamá.

Ella niega con la cabeza y veo como se le cae una lágrima por la mejilla. Y luego otra, y otra más. Y a mí se me rompe el corazón.

– Vuelve a Santa Mónica Eila, vuelve a acabar tu estudios, ya has perdido muchas clases por mí y...

– Mamá, si yo me voy tú te vienes conmigo – la corto y ella me mira suplicante –. No voy a volver a dejarte sola. No debí hacerlo y no lo volveré a hacer. Estamos juntas en esto, siempre vamos a estarlo.

Ya no aguanta más. Se pone a llorar dejando que regueros de lágrimas surquen sus mejillas. Me arrodillo frente a ella y la miro fijamente a los ojos.

[1]Desde que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora