Capítulo 2

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Tras coger un taxi hasta la casa de Mía, me dirijo a la entrada. Después de que le mandase un mensaje diciéndole que iría a su casa me mandó ella uno diciéndome que no tocase al timbre cuando llegase, que ya estaría la puerta abierta.

Subo las escaleras de piedra que dan a la casa de la madre de Mía, una casa enorme para solo dos personas y un perro, pero teniendo en cuenta que la madre de mi amiga tiene un buen sueldo, se la pueden permitir perfectamente. 

Los padres de Mía se divorciaron cuando ella solo tenía cuatro años y desde ese momento fueron Mía y su madre contra el mundo, aunque  en su día la tocó bastante.

Antes de entrar miro la ventana que está al lado de la puerta principal, que da al salón, para ver si las chicas están allí, pero está todo apagado. Hago lo que me dijo Mía y abro la puerta sin tocar, un poco dudosa. Todo está oscuro, pero justo en el momento en que cierro la puerta a mis espaldas las luces se encienden y veo como un grupo cuantioso de gente grita: ¡SORPRESA!

Me quedo atónita al ver a todo el mundo aquí. Hay caras que recuerdo de cuando tenía ocho años, pero otras me resultan extrañas. Veo como Mía y Lydia se acercan a mí.

– ¡Bienvenida a casa Eila! – dicen las dos al mismo tiempo y yo me río de ellas mientras les doy un abrazo. Dios mío, como las había echado de menos.

– ¿Qué habéis hecho? – les digo cuando nos separamos.

– Sí, nosotras también te hemos echamos de menos Eila – dice Lydia intentando parecer seria, pero se le escapa una sonrisa.

Me río de ella y Mía también. La gente empieza a saludarme, algunos me dan abrazos y otros simplemente se presentan. La gente ha cambiado mucho y hay personas a las que ni conozco, pero supongo que mis amigas sí.

– ¿Qué tal por Londres? – pregunta Mía sonriendo, una vez me dejan respirar.

– Bueno... mejor aquí – digo sin ninguna expresión en la cara –. Mis padres siguen teniendo sus peleas y no es que las cosas vayan muy bien en el instituto. Este verano ha sido aburrido también – confieso al fin.

Nunca he tenido problema con contárselo todo a Lydia y Mía, al fin y al cabo, siempre han sido mi soporte, incluso a 8558 kilómetros de distancia.

– Tienes que darles tiempo a tus padres, ya verás como acaban solucionando todo – dice Mía llevando una mano a mi hombro.

La música de la fiesta improvisada lleva un rato sonando por toda la casa.

– ¿Y tu madre? – pregunto mientras nos dirigimos a la cocina.

– Le dije que te quería organizar una fiesta y ella aprovechó para irse el fin de semana a la casa de la playa – dice sirviéndome un vaso con algo transparente dentro. No sé lo que es, pero seguro que agua no.

– ¡Arg! No me recuerdes que solo nos queda un fin de semana antes de empezar las clases – dice Lydia poniendo una mueca de disgusto en el rostro.

– Bueno, ahora tenemos a Eila – dice Mía sonriéndome –. ¡Ah! Nos tenemos que poner al día. ¡Tenemos muchas cosas que contarte!

– Pues ya puedes ir empezando – digo riéndome.

– No, ahora tenemos que bailar – dice Lydia arrastrándome a la sala, en donde todo el mundo baila.

Sigo a la pelirroja hasta que se detiene en medio de la gente y sigo sus pasos de baile improvisados. Comenzamos a movernos al ritmo de la música, adaptándonos a cada canción que ponen.

Me lo paso muy bien con ellas, es como estar en casa. Ignoro las miradas de la gente, o que estemos bailando fatal, simplemente río con mis amigas dejándome llevar por la locura de Lydia y Mía.

[1]Desde que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora