maratón final 2/2
Felicidad. Hay innumerables definiciones para esa palabra tan simple. Y la mitad no le hacen justicia.
Para mí, la felicidad siempre ha sido ese estado emocional en el que te sientes pleno. Lleno de vida y de ganas de vivir. Y por mucho tiempo pensé que nunca podría llegar a ser feliz de verdad.
Hoy os puedo decir que sí. Que sí he conseguido ser feliz de verdad, así como yo me imaginaba la felicidad.
Cuando mi madre me insistió en volver a Santa Mónica, no imaginé que empezaría a vivir de verdad. Porque lo que yo llevaba haciendo durante diez años era vivir de la monotonía, de la rutina constante.
Y de repente, fue como despertar de un letargo muy largo. Como si poner un pie en ese avión fuese la puerta de salida. O el despertador, como lo quieras ver.
Ahora no puedo ni imaginar mi vida sin lo que fue este año tan intenso. Sin la compañía de mis amigos, las locuras que hicimos en verano, las acampadas y las risas de clases. O sin mi madre, que me dio las alas que me faltaban a pesar de cortar su propio vuelo.
Sin ellos no estaría hoy aquí, a punto de coger otro avión, pero esta vez con los nervios de punta porque sé a dónde me dirijo y lo que me voy a encontrar allí. Mis sueños en la palma de la mano.
– Eila, ¿quieres quedarte quieta? – pregunta Ethan conteniendo una carcajada.
Dejo de mover de arriba a abajo la pierna y me paso las manos sobre los muslos, respirando hondo.
– ¡No puedo! – estallo de golpe levantándome del asiento de la sala de espera del aeropuerto –. Estoy de los nervios, en menos de quince minutos me van a llamar para embarcar y los demás todavía no han llegado y estoy tan nerviosa y...
Me callo cuando Ethan se levanta y coloca ambas manos sobre mis hombros. Ese simple gesto me calma un poco y vuelvo a respirar hondo, esta vez de forma consciente intentando tranquilizarme.
– Están a punto de llegar, tranquila. Antes de que te vayas sin despedirse, son capaces de saltar a la pista de despegue y detener al avión.
Me río con un resoplido y relajo los hombros.
– Es difícil estar tranquila cuando estás a punto de viajar a la otra punta del mundo, sola.
– Fue peor volver de Londres. Y tampoco estás tan lejos, solo son... ¿cinco horas de viaje?
Ruedo los ojos resoplando y aparto sus manos con una ceja enarcada.
– Son quince horas de vuelvo, Ethan.
– La hostia... quiero decir, ya lo sabía.
– Ya, ya...
Me aguanto la risa y justo entonces suena la musiquilla previa a los anuncios referentes a los vuelos.
– Pasajeros del vuelo 238, con destino a Auckland, Nueva Zelanda, vayan dirigiéndose a la puerta de embarque numero 7, por favor – anuncia la voz de una mujer y mis nervios se disparan de golpe.
Miro a Ethan con cara de espanto y se ríe de mí con una sonora carcajada que hace que algunas personas nos miren.
– Ese es mi vuelo.
– Lo sé. Ha llegado la hora – dice dramático y yo le doy un golpe en el hombro.
Ethan, sin embargo, tira de mí para darme un abrazo.
Me relajo entre sus brazos y escondo la cara en su pecho acurrucándome todo lo que puedo en su cuerpo. Dios... lo voy a echar tanto de menos.
Estos meses de verano han sido los mejores de mi vida y él ha estado ahí cada uno de los días. Se me va a hacer raro no despertarme con su cara frente a la mía; oler el mar en su pelo en esas tardes soleadas en la playa; o las risas que acompañaban a sus constantes bromas.
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[1]Desde que te conocí
Teen FictionCada persona que conoces está luchando una batalla que desconoces, así que sé amable siempre -*- Eila Cooper es una adolescente como otra cualquiera que vive en Londres desde hace años con sus padres. Cansada de los problemas familiares e impulsad...