Estoy en el bar acomodando las sillas y verificando que todo esté en su lugar con Esther y Dutch, cuando Trevor entra. Está ruborizado y sudado. Trae el cabello pegado a la frente y al cuello. Me empiezo a reír.
—No puedo creerlo.
Trevor le resta importancia con la mano y se saca la camiseta para secarse el sudor. Trae otra guindando del bolsillo trasero.
—Deberías estar sermoneándome y no riéndote de mí —me lanza la camiseta, pero se la lanzo de regreso, dándole en la mandíbula.
—¿Por llegar tarde al trabajo por irte a follar? Qué va.
—Creo que no siento las piernas —se sienta en uno de los bancos y suspira.
Trevor y yo nos conocemos desde la escuela. Estuvimos juntos en la secundaria y hemos estado juntos en los momentos más importantes del otro todo este tiempo. Es como un hermano y es prácticamente de la familia.
Abrí el bar con su ayuda y la de Rose. Los tres solíamos ser un conjunto. Un año y medio después de abierto Rose nos dejó, así que sólo somos Trevor y yo en esto, en un sueño que no era sólo mío, sino también de ella.
—¿Quién es? —le pregunto. Trevor me palmea el banco de al lado y me siento.
—La conocí hace un par de días. Está casada.
—¿Casada? Hombre…
—Ya sé, ya sé. Pero le he dejado claro que uno y ya está.
—Uno y ya está —repito—. Ni tú te crees eso. Habiendo tantas mujeres y vas y te follas a una casada, eres un genio, en verdad.
—Kurt —Trevor se lleva la mano al pecho y me acaricia la mejilla—, ¿Estás preocupándote por mí?
Le doy un empujón. Comienza a reírse casi enseguida.
—¡De acuerdo! Puede que uno o dos y ya está. O quizás hasta que su marido me parta la boca, no sé.
Sacudo la cabeza, riendo. —Eres un descarado, Trevor.
—Lo sé —deja la burla a un lado y me mira con atención—. ¿Cómo está, B? Hace mucho que no la veo. ¿Y tus padres?
—Lo mismo de siempre. B está bien —le digo—. Le hablé de Rose la semana pasada.
—¿Sí? ¿Y qué tal?
Me tomo unos segundos para reflexionar y tomar aliento. Hablar de Rose me consume la energía, pero no en un mal sentido. Luego de casi cinco años sigue muy presente en el ambiente.
—Hemos ido hoy a visitarla —lo miro—. ¿Hace cuánto que no vas?
Trevor se echa hacia atrás unos segundos. Está pensando cuidadosamente, pero termina sacudiendo la cabeza.
—Hace un año, tal vez. Pasaba por el cementerio y fui un rato.
—Creo que ya nadie la visita, ni sus padres —no puedo disimular la culpa en mi voz—. Me concentré tanto en otras cosas que me olvidé de ella.
—Que va —me aprieta el hombro—. Dudo que a ella le gustaría que fueras a visitarla todo el tiempo, de todos modos. Creo que mientras no la olvidemos no hay porqué sentir culpa de no ir a su tumba.
Me hace sentir bien que Trevor siga conociendo tan bien a Rose como yo. Es la única persona con la que puedo compartir los recuerdos y las anécdotas y hablar de ella sin tener que explicar mucho.
Llego a la conclusión de que tiene razón. Quizá una vez al año podría estar bien o quizá no sea suficiente. Se me hace difícil saber qué hacer sin que ella esté aquí. Me hace sentir culpable que ya no la recuerde tan bien como antes.
Ya ni siquiera recuerdo como era el sonido de su voz.
Antes de que pueda responder alguna cosa, Trevor lee bien la expresión en mi cara.
—A Rose ni siquiera le importaría sí no vuelves más, Kurt —me dice—. Creo que le importaría más el que seas un buen padre para Bailey y que nada le falte. No te tortures.
—Me gusta creer que lo estoy haciendo bien. A veces creo que necesito escucharlo de Rose para dejar de cuestionarme tanto.
La mirada de Trevor me dice muchas cosas, pero nada en especifico. Incluso escucharlo de los padres de Rose podría ser suficiente, pero la última vez que vieron a Bailey tenía dos años y medio. Se mudaron de casa y jamás volvieron a llamar o a buscarnos.
Pienso que al conocer tan bien a su hija quizá me sea reconfortante escucharlo de ellos.
—Kurt, lo haces excelente. Y puede que mi palabra no se escuche tan gratificante, pero te juro que no podrías hacerlo mejor.
No podría hacerlo mejor. ¿Me exijo tanto que no puedo notarlo?
Cuatro tipos en vaqueros y camisetas gastadas y sudadas entran al bar riendo y platicando. No hace más de media hora que abrimos.
Me pongo de pie y le sonrío a Trevor. —Gracias por eso —me cuelgo el paño en el hombro e inclino la cabeza hacia la barra—. Será mejor comenzar a embriagarlos.
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Mitades del corazón
RomansaJordan, divorciada a sus veintisiete, siente el peso de no haber hecho funcionar su matrimonio aún sabiendo que no fue su culpa. Y para rematar, en menos de seis meses lo pierde todo y su vida da un giro de 180 cuando aparece un niño frente a su pue...