Durham, Carolina del norte, 2017
¿Cómo, realmente, se siente el amor? Es la pregunta que me hago últimamente, seguida de ¿Por qué me casé con Ian? Hace un par de meses que me divorcié, y quizás no sea ese el problema. El problema es sentirme mal por no conseguir que mi matrimonio funcionara y al mismo tiempo sentir que perdí dos años de mi vida.
Estoy saliendo de mi trabajo ahora mismo. No son más de las seis y media cuando me subo a mi auto. No enciendo la radio, ni miro mi teléfono, ni canto o tarareo. Estoy en silencio mientras conduzco. Últimamente todo es muy silencioso y no me acostumbro a ello. Ya ni siquiera llegar a mi casa me hace ilusión.
Detengo el auto en una calle solitaria que ya conozco bastante bien y apago las luces y el motor. Tengo las manos apoyadas en el volante todavía. Llevo noches haciendo esto. Aparco mi coche, apago las luces, subo las ventanas y lloro a gusto. No sé porqué exactamente lloro; si por dejar que Ian me pusiera la mano encima y no irme cuando debí o haber sido engañada. Tampoco sé si lo hago porque me duele o porque una situación tan desconcertante como esta me hace recordar a mi madre.
Hace cinco años que falleció y se sigue sintiendo como si fuese ayer. Mamá no habría estado de acuerdo con que me casara. Ella conoció a Ian antes de morir, y al igual que yo, había algo que a ninguna de las dos nos terminaba de convencer.
Quizás debí habernos hecho caso.
Tampoco sé porqué hago esto, porqué me aparco aquí. He llegado a pensar que simplemente no quiero llevarme los trescientos kilos de pesadumbre a mi casa. Es un lugar al que llego a dormir y comer a gusto, así que descargo todo en el auto, y en esta calle. Esa es mi conclusión.
El fracaso matrimonial tuvo su precio, al menos. Una casa y un par de dólares. Una casa que no quiero, y dólares que pienso terminar de gastar esta noche en el primer bar que encuentre.
Me limpio las lágrimas de las mejillas, retoco mi lápiz labial rojo, giro la llave del auto y lo enciendo.
El bar que elijo esta noche se llama Rose's bar. Cuando entro no me sorprende que esté lleno ni que haya tanto ruido y humo. La última vez que estuve en un bar fue hace dos o tres años, quizás cuatro. Ian no era de fiestas ni mucho menos de tomar en algún local. No era de decir malas palabras frente a las demás personas ni de usar el celular o apoyar los codos en la mesa. Ian no era muchas cosas, pero sí es un agresor.
Me sorprende como nunca, antes de casarnos, pude ver eso.
Dejo mi celular sobre la barra y me siento en el banquillo. Hay un grupo grande de universitarios a mi izquierda y señores ocupando dos mesas a mi derecha. No hay nadie atendiendo, a excepción de un tipo rubio que está limpio los vasos de vidrio donde sirven los chupitos.
No deja de mirarme de reojo, como si quisiera decirme algo, pero no se atreviera. Decido tamborilear la barra mientras espero que alguien me atienda y miro el bar. No es hasta que noto la rocola en una esquina que comprendo que despejar mi cabeza esta noche no será pan comido.
Ian tenía una fascinación por las rocolas. Nos conocimos en una cafetería que se llama Café 80s. Estaba ambientado en la época y tenían una rocola funcionando. Nos conocimos de un modo tan simple y genuino que jamás pensarías que nos haría pasar por algo así. O al menos a mí.
Ian debe estar actuando como si nada, mientras yo me lamento el estar divorciada a los veintisiete.
—Parece que lo necesitas —el tipo rubio me regala un chupito de algo que no pregunto, pero es de color café rojizo.
—Gracias.
—Ahorita te atiende Kurt —abre la portezuela hacia arriba y sale del otro lado de la barra con una bandeja con seis cervezas. Se dirige hacia los universitarios.
—¿Quién es Kurt?
—Es el de la barra —luego se marcha. Le resto importancia a la forma tan familiar con la que me ha hablado.
Me bebo el chupito de un trago y luego lo dejo sobre la barra.
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Mitades del corazón
Roman d'amourJordan, divorciada a sus veintisiete, siente el peso de no haber hecho funcionar su matrimonio aún sabiendo que no fue su culpa. Y para rematar, en menos de seis meses lo pierde todo y su vida da un giro de 180 cuando aparece un niño frente a su pue...