La primera vez que Ian me puso una mano encima, habíamos cumplido seis meses y dos semanas de casados recientemente un par de días antes de que sucediera.
Después de asistir a una cena en casa de sus padres, volvimos a casa en su auto e Ian no dijo ni media palabra. Recuerdo que ni siquiera esperó por mí cuando me estaba despidiendo de toda su familia. Simplemente me apretó el brazo y me gruñó un «Vámonos». No se despidió de su familia, simplemente salió y se subió al auto, lo encendió y me esperó dentro. Claro que más tarde sabría que el motivo de su cabreo fue mi forma tan natural de conversar con su familia y sus amigos, y la manera tan espontánea con la que había soltado tantas bromas en confianza que hacían reír a todos.
A todos menos a él.
Cuando llegamos a casa cerró la puerta con tanta fuerza que las ventanas retumbaron. Nunca había estado tan nerviosa en mi vida como esa noche. Ian comenzó a gritarme, a zafarse la corbata y luego, después de un rato, se fue a la cocina y se empapó la cara con agua.
Cometí el error de explicarme, recuerdo incluso haberme disculpado y de repente, ignorando mi discurso, volvió a gritarme. También comencé a gritar y cuando finalmente le dije «Eres un maldito paranoico. Te tomas las cosas muy a pecho. No es mi culpa que no puedas ser al menos por una vez un poco agradable», sentí, de manera rápida y tan fuerte que retrocedí, su mano impactar contra mi mejilla.
La cocina se volvió silenciosa y el ambiente tan asfixiante y tenso que quise irme. Debí irme, pero con Ian de rodillas tomando mis piernas y pidiéndome perdón me fue imposible hacerlo.
Jamás lo perdoné. Nunca dije un «Está bien, te perdono», jamás lo hice. Pero asumo que así se sintió cuando no me fui ni ese día ni los próximos catorce meses.
Estoy saliendo de unas oficinas cuando mi móvil comienza a timbrar. Me abrocho el cinturón, enciendo el coche y contesto.
—¿Bueno?
—Hola, cariño.
—Hola, papá —quito la envoltura del chicle y la lanzo en los asientos traseros—. ¿Todo bien?
—Sí, por aquí todo está excelente, cariño. ¿Cómo va todo por allá? ¿Cómo estás?
Sólo ha transcurrido poco más de una semana y ha llamado al menos cuatro veces. Me digo que sólo se siente inquieto por estar lejos de June, pero cuando termina volteando la conversación hacia mí, comprendo que realmente está tratando de hacer las paces conmigo. Y con él mismo.
—Me echaron del trabajo la semana pasada.
Mi padre no dice nada por varios segundos.
—¿Qué?
—Sí. Fue una trampa. Más o menos, pero no te preocupes, tengo ahorros en el banco y dentro de poco se cierra la venta de la casa que Ian me dejó, así que…
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Mitades del corazón
RomanceJordan, divorciada a sus veintisiete, siente el peso de no haber hecho funcionar su matrimonio aún sabiendo que no fue su culpa. Y para rematar, en menos de seis meses lo pierde todo y su vida da un giro de 180 cuando aparece un niño frente a su pue...