El pozo sin fondo

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A veces, caemos en los pozos que nos pone la vida.
Pero eso no quiere decir que la vida se esté portando mal contigo.
La vida te está diciendo que debes cambiar.
Que debes poner un punto de locura a tu vida y empezar a disfrutar.
¿Te has parado a pensar si de verdad existen los pozos sin fondo?












El año siguiente, pasé por los pelos a segundo de la ESO. Llevaba Inglés suspendida de primero, cosa que no recomendaría a nadie, porque hasta que no la recuperas te juzgan y clasifican en la lista negra de los profesores. Menos mal, que esos tiempos ya pasaron.

Como siempre, me separaron de las amigas que me había hecho, otro año más. Tuve que volver a empezar el proceso de socialización. Un término gracioso, pues todos, como personas, somos seres sociales. Pero cada vez, me daba más cuenta que había gente que, desde luego, no estaba hecha para eso, o al menos no entendían de qué iba el tema porque hacían más "enemistades" que amistades.

Ese curso, fue muy duro. Quizá uno de los más difíciles que he vivido. El consejo que podría dar a los adolescentes de hoy en día, antes de que sepáis lo que pasó, es que deberían escuchar a sus padres cuando les dicen que no les gusta algún amigo. ¿Sabéis por qué? Porque los padres nos llevan mucha distancia en esta carrera, a la que llamamos vida, y saben mucho más que nosotros sobre la gente. Yo, día tras día, lamento haberme hecho la lista y no haber tomado su consejo. Está claro, que tenemos que vivir, que debemos equivocarnos, que la vida nos hace más fuertes. Pero yo me planteo, ¿es necesario sufrir tanto, para luego aprender? Creo que hay muchas maneras de aprender, y a veces escuchando también lo hacemos. Es una decisión muy importante, escuchar o no, porque puede cambiar tu vida y quizá jamás vuelvas a ser el mismo.

Eso fue lo que me sucedió a mí. Tengo una carta que escribí el día que me pasó todo. La hice básicamente para quemarla y poder desprenderme de ese dolor, pero al final, decidió quedarse conmigo.

Bueno, esta carta la escribí para desahogar el sentimiento que me estaba invadiendo en esos momentos de mi vida.

Todo comenzó este año de Segundo de la ESO, que después de muchos años volvimos a retomar la relación que teníamos cuando éramos más pequeñas. Alba y yo éramos como uña y carne, vivíamos pegadas pero a veces, no cuidar los espacios, tiempos y distancias de las relaciones, las quema y termina destruyéndolas. Esto es lo que nos sucedió. Comenzamos a jugar con fuego y terminamos quemándonos hasta salir corriendo de allí. Pero no lo hicimos juntas de las manos, si no cada una por un lado distinto, deseándonos lo mejor, o al menos, esa era la intención.

Aurora, vino nueva en primaria al colegio, al principio nadie quería juntarse con ella, hasta que yo empecé a hacerlo. El comienzo de nuestra amistad fue positivo, compartíamos muchas cosas juntas. A mis padres no les gustaba que yo fuera con ella, su filosofía de vida era tener todo lo que quería sin hacer nada, rozaba la soberbia y la prepotencia. Era muy altiva. Su madre y la de Alba eran amigas, lo que obligaba a que ambas estuvieran juntas. Aquí comenzó el triángulo doloroso. Yo quedaba con Alba, y quedaba con Aurora, por separado, pero ellas quedaban también, y la madre de Aurora comenzó a meterse en la relación. Quería que su hija fuera con Alba y que ella no viniera conmigo. Aquí está claro que las palabras son más poderosas que las acciones.

Paralelamente, Alba y yo íbamos con las gemelas, que las conocimos en un cumpleaños de una compañera del colegio. Ellas nos presentaron a amigos suyos, quedábamos y salíamos por ahí. Un día, fuimos a la Piscina de Orriols, a ver a unas "amigas", bueno más bien de Alba. Cogió el móvil y empezó a hacerse mil fotos a sí misma. Yo creí que se había quedado sin batería, pero solo era un engaño. Cogió mi móvil nada más entramos al vestuario a hablar con ellas. Allí estaba Elena, otra chica que había entrado en primaria y que por ser "demasiado lista" la gente se portaba mal con ella. Pues Alba, por envidia o no sé muy bien, comenzó a grabarla y a hacerle fotos con la toalla enrollada y con el gorro de piscina para reírse de ella. Hasta que no nos fuimos de ahí, yo no sabía que había hecho nada. Al parecer, una mujer la vio y nos culpabilizó a las dos de haberlo hecho. El padre de Elena, era el jefe del de Alba. La situación comenzó a complicarse. Cuando fui consciente de que las fotos estaban en mi móvil, las borré, hecho que corroboró que había cometido un delito contra la privacidad y de difamación.

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