Capítulo 24

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LA NEVADA

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LA NEVADA

"Usted es el único medio que necesito para tocar las nubes, nada más".

"Usted es el único medio que necesito para tocar las nubes, nada más"

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La tarde se está tornando decididamente fría. El invierno ha llegado y se despliega presuntuoso por todas las calles de San Sebastián. El pueblo ha cambiado: el vestuario, la música, las reuniones, los brindis, los encuentros y los temas de conversación; las calles se iluminan con luces y preciosos alumbrados adornados con una mágica mezcla de colores rojos, verdes y dorados; todo es invadido por un aire fascinante y cautivador, convirtiendo al pueblo en un lugar único y de ensueño.

Las casas empiezan a cubrirse de nieve, los árboles que eran verdes, se han vuelto de color blanquecino. El suelo empieza a cubrirse de un manto nevado. La nieve blanca y fastuosa invade las montañas que comienzan a revestirse con cristales de hielo diminutos que el viento desprende esparciéndolo en magníficos copos de nieve; en la lejanía, expresan grandiosidad y hermosura, parecen una obra de arte delineada extraordinariamente en uno de los lienzos de Cinthia.

Los remanentes de la nevada que danzó durante el día se asientan sobre los bordes de los ventanales y los adornos que están repartidos por todo el pueblo. Dentro de poco un sol desteñido iniciará su descenso, acomodándose perezoso entre los brazos de las cumbres y picos que lo reciben cada día cuál amante complaciente.

El níveo manto que recorre las calles y avenidas regalando imágenes de cuento, está atestado de huellas de autos y zapatos. Los habitantes del pueblo pululan presurosos intentando no resbalar con los diminutos charcos de hielo que empiezan a formarse sobre las aceras. Entre ellos se mezcla casi enojada Cinthia Gandaela.

Santiago y ella quedaron de encontrarse en la plaza del pueblo para comprar juntos el regalo que llevarían a casa de doña Elvira. Al igual que Emilia y Rodrigo, ellos dos están invitados a compartir una cena formal en la Hacienda Delvalle. Sin embargo, Santiago nunca apareció. Lo esperó, pero el muy... «desdichado» ... nunca apareció. No contestó sus mensajes ni devolvió sus llamadas. Así que le tocó a ella, sola y aburrida, recorrer las tiendas y escoger lo que mejor consideró.

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