Capítulo 47: La cita prometida (Parte II)

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Sigo en silencio y sin rechistar al rubio con nuestras manos aun entrelazadas. Me fijo en éstas, una vez más, y continúa sorprendiéndome ese gesto; no me molesta, de hecho, me agrada, pero me resulta extraño. Principalmente, ninguno de los dos somos cariñosos como tampoco de romanticismos; me la jugaría a que esto es más del estilo de mi mejor amigo y Popular 1, y eso que he visto muy poco de ellos en directo. Sin embargo, a pesar de que no encaje con nosotros, no me importaría que se repita alguna vez más.

Finalmente, el rubio cierra la puerta de su habitación encerrándonos a ambos en ella. La estancia sigue igual de impoluta, neutral y ordenada que siempre, pero me siento un poco menos foráneo cada vez que estoy aquí. El portátil ligero, elegante y de última generación se encuentra encima de la cama; es un dato totalmente irrelevante, pero, por una vez, parece que alguien humano vive aquí.

Considero que lo más sensato es evitar la mullida superficie, ya que, el popular puede ser muy tentador y convincente. No dejaré que me desvíe de esta conversación y menos ahora que me ha dicho alto y claro que hablará conmigo. Por tanto, giro la silla de su escritorio, demasiado estilo hombre de negocios para mi gusto, y me siento esperando casi pacientemente.

David se sienta sobre el borde de la cama, frente a mí, con la espalda recta y las piernas estiradas cruzadas sobre sus tobillos. No puedo evitar fijarme cómo los chinos se le suben mostrando más piel y, en el fondo y no tan en el fondo, quiero colar mis dedos por debajo de su ropa. Sin embargo, lo primero es lo primero.

-¿Y bien?- rompo el silencio.

-¿Qué piensas de mis padres?

-¿Respondiendo una pregunta con otra pregunta?- me río bajito.- Qué raro.

-Dime.- insiste.- ¿Qué piensas?

-¿Quieres mi total sinceridad?

-Sí.

Noto cómo traga saliva y se remueve sobre la cama. Si no lo conociera diría que está nervioso, pero ¿es eso posible viniendo del pijo? No entiendo a qué viene hablar de sus padres, pero cierto es que el momento en el cual se presentaron en la cocina los muros de David se alzaron imbatibles.

-Creí que serían pedantes, aburridos y unos estirados.- confieso.- Pero parecen, no sé, ¿normales?

-¿Normales?

El rubio levanta su cabeza y me observa, pero de verdad. Su mirada azulada vuelve a ser cambiante y fácil de leer, parece sorprendido y, a la vez, aliviado. Arrastro la silla para situarme delante de él, frunce el ceño ante la posibilidad de que le raye el suelo, agarro sus piernas y las pongo sobre las mías y me permito colar mis dedos por sus tobillos expuestos.

Noto el suave bello de sus piernas y su piel de porcelana y fría bajo mi tacto, hago dibujos sin sentido con la yema de mis dedos y me alegro del hecho de que David parezca dispuesto a abrirse a mí, aunque sea a base de responder preguntas con más preguntas.

-Sí, normales.- me encojo de hombros.- Han venido a verte a la cocina, se han presentado, se han reído, no sé, lo normal.

-¿Por qué creías que no serían normales?

-Otra pregunta.- sonrío.- ¿Has visto dónde vives? Tienes un mayordomo, una sala de piano, un jardín enorme, no has ido al súper en tu vida... bueno, hasta hoy.- añado.- Vivimos en mundos completamente distintos.

-No es cierto.

-Sí lo es, y lo sabes.- sigo acariciándole distraídamente.- Pero ¿cuál es el problema de que así sea?

-¿A qué te refieres?

-Me importa entre cero y nada tu vida de niño pijo. Tú sigues siendo tú.

-¿En serio?- murmura.- ¿Te da igual todo lo que implica mi vida?

El Skate de Kobe BryantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora