Después del incidente con el grandullón, me he convertido en el cotilleo principal del instituto. Cada vez que me cruzo con un grupo de estudiantes, éstos me miran y comienzan a cuchichear entre ellos. También están los que se mantienen en silencio, pero me siguen con la mirada hasta que desaparezco de su vista. Creía que esto de ser popular y el centro de atención me haría sentir de otra forma, más persona y menos rata de laboratorio.
No obstante, lo más difícil ha sido convencer a mis padres de que estoy bien. Cuando llegué a casa después de aquel fatídico día, mis padres me estaban esperando sentados en el sofá con la tele apagada. Lo más raro no es que estuviera la casa sumida en un completo silencio sino que los dos estuvieran a esa hora en casa.
Nada más entrar por la puerta, me hicieron sentarme entre ellos y que les contase con todo lujo de detalle lo ocurrido. Luego, intentaron bucear y saber cuántas cosas me han pasado y no les he contado, intenté no profundizar en el tema y no preocuparles. Sin embargo, se mostraron tristes por no haber sido sincero con ellos desde el primer momento y se arrepienten de no haber notado que algo iba mal antes.
La charla fue larga y muy sensible, pero ellos acabaron entendiendo el motivo del porqué no contaba nada. La diferencia entre antes del incidente y ahora, es que me hacen muchas más preguntas cuando voy a salir y, después, cuando vuelvo a casa.
También me costó mucho trabajo convencerles de que me dejaran quedarme esta noche en la casa de la jirafa, pero al notar mi insistencia me dieron permiso con la condición de que si voy a salir de fiesta o a quedarme tarde por ahí, les avise tanto al salir como al llegar. Lo que ellos no saben es que es una cita en casa y, mucho menos, que es un día señalado.
Me bajo en la parada más próxima a la casa de la jirafa, le envío un mensaje con un "Ya he llegado" a través de la mensajería instantánea, pero cierto es que llego más de treinta minutos antes de la hora que habíamos acordado. Es lo que tiene el transporte público de esta ciudad, hay dos opciones: llegar tarde o llegar muy temprano. Gruño para mí por lo mucho que odio estos buses y por olvidarme los cascos en casa.
Ando hasta la plaza más cercana a la parada la cual es el punto de encuentro de muchas personas diferentes. Parece que está dividida en secciones con normas no escritas; por un lado, los niños en la zona más cercana al parque donde también están sus respectivos parientes y personas mayores sentadas en varios bancos viendo el tiempo pasar o alimentando palomas, por otro lado, borrachos con pintas de calle y su cartón de vino reunidos en otro grupo de bancos y, por último, skaters y patinadores en otra zona de la plaza con mayor espacio ocupando el banco más largo del lugar.
Decido sentarme en un banco de piedra que hay entre los borrachos y la zona skater, pero lo suficientemente lejos de ambos grupos para no mezclarme con ellos y, así, evitar posibles conflictos. El ruido que produce la tabla de madera con ruedas hace que me sienta nervioso, me parece algo muy característico de Ian y, debo confesar, que cada vez que voy por la calle y lo escucho, me giro inconscientemente para descubrir su origen.
Un señor que rondará los 60 y muchos, se adentra en la zona de patinadores, yendo por el medio de todos ellos. Éstos se detienen y dejan de patinar ante el transeúnte, pero se nota que no les ha hecho gracia la jugada del señor. El ambiente parece tenso y, de repente, el señor le da una patada a una de las tablas para hacerla rodar lejos.
-Lo único que hacéis es molestar.
Uno de los chicos se levanta del banco para recoger el skate y su forma de andar me parece extrañamente familiar. El susodicho, con el objeto en mano, se acerca hasta el señor iracundo y, ahora que está más cerca, compruebo que se trata de la jirafa. Éste lleva unos pantalones vaqueros ceñidos en tono gris, unas Vans Old Skool bajas negras y desgastadas, una sudadera del mismo color el doble de grande de lo que sería su talla, los cascos le cuelgan del cuello de la sudadera y, además, lleva la gorra negra, que ya reconozco, hacia atrás.
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El Skate de Kobe Bryant
RomanceEstá Noah con su 1'62, una corta melena pelirroja y sus ojos verdes. Tiene un solo amigo: Joaquín y un secreto: el baloncesto. El clásico chico bajito, inteligente y empollón que es el objeto de todas las burlas, pero éste con su malhumor no se deja...