Capítulo 23: Viviendo con el pijo. (Parte II)

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La primera noche terminó sin ninguna situación comprometida en la cual tuviese que pagar el precio de hacer una apuesta contra David. Después de las pizzas, continuamos jugando a algún juego de consola e, incluso, vimos una película que se ha estrenado en cines recientemente. No puedo decir que haya sido la mejor noche de mi vida, pero me conformo con no haber deseado matar al pijo prepotente y mantener mi virginidad anal.

La habitación en la que he dormido y la que considero mi fuerte de seguridad, está situada en la segunda planta de la casa, hacia la izquierda del pasillo mientras que el rubio se dirigió en dirección opuesta. El lugar se puede caracterizar por práctico y lujoso, ya que, tiene lo imprescindible de una habitación: cama, escritorio, espejo, estanterías y armario y, en cambio, desprende una sensación de alta calidad y seminuevo, como si nadie usara esa habitación con frecuencia. Las paredes del lugar son de un azul claro acercándose peligrosamente al blanco, sobre éstas hay un par de pinturas de un autor que desconozco, admito que el arte no es mi punto fuerte. Luego, no hay nada relevante, es decir, parece una habitación de hotel, nada que te haga entender a quién pertenece el lugar.


A la mañana siguiente, fui despertado con dos golpes fuertes sobre la puerta y la repentina luz entrando en la habitación gracias a David. Cuando conseguí enfocarle dentro de la habitación, me percaté de que ya estaba arreglado: su pelo perfectamente colocado y vistiendo un jersey negro de cuello vuelto junto unos chinos negros que se ciñen a sus piernas. Me pregunto si algún día le veré hecho un asco. Sin embargo, el verle ya vestido me hizo suponer que íbamos a algún lado, pero jamás me esperé estar desayunando en un sitio como este.

Ahora mismo, nos encontramos en una pequeña cafetería situada, más o menos, a diez minutos de la casa del pijo. Muy minimalista, con un aire retro y desprende la sensación de ser caro. Cuando he querido darme cuenta, ya nos habíamos sentado y, a continuación, con un desayuno completo ante nosotros. David combina totalmente con el lugar, vestido todo de negro, hace destacar su pelo rubio y sus ojos azules. Además, sus modales en la mesa y su porte elegante tampoco pasan desapercibidos. Varias miradas se han posado sobre él al entrar y, cuando creen que no se da cuenta, sus ojos vuelven a estar pendientes de sus movimientos. Dudo mucho de que el pijo no se percate de ello, pero mantiene su compostura.


-¿Vienes mucho a este sitio?- pregunto para romper el silencio.

-Todos los domingos.

-¿Solo?

-A veces.- dice bebiendo de su café.- Otras veces vengo con Edgar.

-¿Va a nuestro instituto?

-No.- sonríe divertido.- Edgar es mi mayordomo.


Le miro a los ojos esperando encontrar un brillo de picardía en ellos o para que me confirme que es una broma. Tiene esa sonrisilla de suficiencia marcada en los labios como sabiendo que no le voy a creer, por lo que tengo que creerle. Además, de qué me sorprendo a estas alturas, he estado en su casa la cual se mantiene limpia a pesar de la ausencia de sus padres, nunca ha ido a un supermercado y he visto una foto de él de niño junto a un hombre vestido con un traje de pingüino. Si lo sumo todo da igual a Edgar el mayordomo.


-¿Cómo funciona eso de tener mayordomo?

-No entiendo tu pregunta, Joaquín.


Escuchar mi nombre salir de sus labios hace que me dé un escalofrío. Pocas veces se dirige a mí de esa forma y tiende a ser directo cuando quiere provocarme, para que caiga en sus redes, y acabe aceptando cosas que realmente no quiero hacer. Decido continuar mostrando interés en el tema de Edgar.

El Skate de Kobe BryantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora