Me siento sobre mi propio pupitre, esperando paciente, y saco el móvil para cotillear un poco qué se cuece en la red social de moda. Hoy ha sido un día tranquilo, mi mejor amigo no ha venido a clase por motivos obvios y, extrañamente, el grandullón tampoco se ha dejado ver por aquí.
La historia todavía no me acaba de encajar, ¿cómo es que Ian siempre llega en el momento oportuno? Recientemente, cuando algo grave le ha ocurrido a Noah, soy el último en enterarme y eso empieza a mosquearme. ¿Es muy retorcido pensar que el popular puede estar compinchado con el grandullón? Sé que no tiene sentido si es Ian quien lo acaba llevando a la enfermería o al hospital, pero ¿es posible?
En el apartado de búsqueda, me aparece un breve vídeo de un alto y moreno jugador de baloncesto haciendo tiros libres que me resulta familiar. Abro ese vídeo, confirmando mis sospechas: Carlo Henderson. Navego por su perfil en busca de algún tipo de información salseante, pero el jugador tiene un buen manejo de la imagen que quiere transmitir: deportista de élite. Sorprendentemente, tiene un buen número de seguidores y alguna publicación con marcas conocidas. Una vez más, se puede confirmar, que lo que vemos no tiene porqué coincidir con lo que realmente es. En este caso, vemos un deportista de alto rendimiento, pero es un consumidor de drogas, viciado al sexo y un tanto violento.
El sonido de la puerta hace que levante la vista, en el umbral del aula aparece un pijo con el pelo algo húmedo y fuera de su sitio, con los hombros de su abrigo algo oscurecidos y los pantalones con la marca de gotas de agua. Miro por la ventana y, efectivamente, llueve. Le miro interrogativo, se aparta el pelo a un lado con un ligero movimiento de cabeza, cierra la puerta tras él y avanza en mi dirección.
-¿De dónde vienes?
-De recoger esto.
David me entrega una pequeña bolsa de cartón típicas para regalar de color plata, la acepto con una pequeña sonrisa y muy confundido. En su interior, hay tres tabletas de chocolate; el envoltorio es de color marrón oscuro mate y las letras en color dorado. No conozco esta marca, pero, viniendo del pijo, debe de ser cara. Una de ellas es de chocolate con leche, otra de avellanas y la tercera con trozos de galleta.
-¿Esto es para mí?
-Espero que sepas apreciarlo.
-Yo no te he...
-Te lo doy porque quiero.- me interrumpe.
Le agarro de la muñeca y tiro de él despacio, se deja acercar sin oponer resistencia y, todavía sentado sobre la mesa, lo sitúo entre mis piernas. Le aparto el mechón de pelo que se le cae debido a la falta de sujeción, me encuentro con sus atrayentes ojos azules y acorto la distancia entre nuestros labios con un casto beso.
-Gracias.
El popular me sonríe felino y rodea mis hombros con sus brazos, atrapándome y acercándome más a él. Nos besamos de nuevo, pero, esta vez, lo profundizamos. David rápidamente se hace con mi cavidad, su lengua juguetea con la mía, reclamando atención y caldeando el ambiente. Le agarro de la cintura y tiro un poco de él, buscando un mayor contacto inconscientemente. El beso se rompe abruptamente por el pijo.
-No hay de qué, al fin y al cabo, vas a necesitar reponer fuerzas.- dice sacándose el húmedo abrigo y colgándolo del perchero más cercano.
-¿Qué tienes pensado?- sonrío inevitablemente.
-¿Nunca has querido hacerlo en un aula?
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El Skate de Kobe Bryant
RomanceEstá Noah con su 1'62, una corta melena pelirroja y sus ojos verdes. Tiene un solo amigo: Joaquín y un secreto: el baloncesto. El clásico chico bajito, inteligente y empollón que es el objeto de todas las burlas, pero éste con su malhumor no se deja...