Capítulo 40: Adiós férula

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El médico abandona la sala dejándome solo en la blanca habitación. El lugar huele a desinfectante y se siente muy impersonal; los centros de salud tienen esa extraña aura de falsa calma y, en cambio, nunca llegas a sentirte tranquilo del todo.

El padre de David solo llegó a atenderme en la primera ocasión; a partir de ese momento, me derivó a un médico de cabecera de su confianza y a un fisio, ambos se encargan de vigilar la evolución de mi rodilla, recetarme medicamentos si hace falta y son ellos quienes toman la decisión de si hoy, finalmente, puedo quitarme la férula.

Estas tres largas semanas han sido difíciles, nunca creí que me gustara tanto hacer cosas fuera de casa o, por lo menos, poder decidir en si quiero salir o no. Me he encerrado a cal y canto entre mis cuatro paredes, ya que, es inviable moverse cómodamente con la férula y las muletas; me he pasado los días entre malhumorado y deprimido, por lo que, todas mis ilusiones están centradas en que hoy me permitan caminar con normalidad.


Tanto mis padres como Joaquín han estado ahí para mí, han intentado que el proceso se hiciera más corto y trataron de sacarme alguna que otra sonrisa, pero, al final del día, quien ha tragado con todas mis tonterías ha sido Ian.

Por un lado, siempre procuro preocupar a mis padres lo mínimo posible, por lo que, mantuvimos nuestra rutina de intentar pasar tiempo de calidad juntos y, en lugar de ir por ahí a comer, la comida venía a nosotros. En el caso de mi mejor amigo, he intentado restarle importancia y no pagar mi malhumor con él, así que, venía a visitarme y pasábamos la mayor parte del tiempo viciando a la Play, lo que me ayudaba a distraerme.

Por otro lado, aparece la jirafa con su sonrisa de lado y sus tonterías, me fuerza a que hable de cómo me siento y me abraza para animarme. Exploto por toda la tensión acumulada y por lo mal que realmente me siento y él lo aguanta todo, me dice palabras reconfortantes, recoge mis lágrimas y consigue que sonría de verdad.

No llevamos mucho tiempo saliendo y, a pesar de que no todo es color rosa y tampoco es como andar entre algodones, me ha demostrado que lo nuestro es real. Quizás no duremos toda la vida, pero, actualmente, los dos queremos estar donde está el otro y, espero, ser capaz de poder ser su apoyo el día que lo necesite.


El médico entrando de nuevo irrumpe mis pensamientos y hace que rápidamente me ponga en completa tensión. Trae un informe en la mano, mantiene una cara totalmente neutral y se sienta delante de mí en silencio. Inconscientemente, froto mis manos contra la tela de mis pantalones para aplacar mis nervios y me entran ganas de gritarle que me diga algo de una maldita vez.

Sin embargo, el teléfono de la consulta suena impidiendo que este hombre se digne a iniciar esta conversación. No le presto atención porque, no sé si son los adultos en general o específicamente los que trabajan en la rama de salud, parece que hablan en clave. Logras captar alguna palabra, quizás un nombre e, incluso, una patología, pero el hilo conductor es inexistente.

En medio de la conversación entra la enfermera con una silla de ruedas que no me pasa para nada desapercibida. Rezo para mis adentros a nada y a todo a la vez pidiendo que, por favor, eso no sea para mí. Me he cuidado mucho, muchísimo, para que mi sufrimiento sea el menor posible y me cure pronto; mi estabilidad mental no aguanta una semana más.


-Noah.- reclama mi atención el doctor.- Quiero que veas esto.


El susodicho se levanta para poner unas radiografías en el mítico aparato que desprende luz y que permite ver este tipo de cosas. Primeramente, me enseña cómo era mi rodilla el día del accidente, lo que me ocurrió, los motivos del porqué me recomendaron una u otra cosa y las consecuencias que podría llegar a tener.

El Skate de Kobe BryantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora