Bostezo por enésima vez esta mañana. Me ha tocado el peor turno de la semana y, aun así, debo de sentirme agradecido con poder compaginar el trabajo con la uni. Sin embargo, me puedo permitir no sentirme feliz abriendo a las siete de la mañana de un domingo.
El lugar donde trabajo no queda excesivamente cerca de la zona de fiesta, por lo que, muy pocas son las personas que llegan a entrar. La mayoría son jóvenes que viven por la zona y han decidido parar a desayunar antes de subir a casa, otros piden algo para llevar, pero, realmente, no sé hasta qué punto esto trae beneficio, por lo menos, durante las primeras tres horas del día.
Desde mi punto de vista, el problema no es tener que trabajar tan temprano y soportar a los pocos borrachos que entran para desayunar después de una buena fiesta sino tener que venir una hora antes para recoger la prensa, la bollería y abrir la cafetería. No obstante, me pagan por ello, lo cual, me permite pagar los gastos del coche y del piso en el cual no estoy viviendo.
Con mi siguiente bostezo, decido hacerme un café bien cargado para intentar que mis ojos dejen de cerrarse ante el aburrimiento y el sueño. A pesar de que de vez en cuando me toca el peor turno, me gusta trabajar aquí.
La cafetería es tranquila, minimalista y hogareña. Tiene una zona pensada para trabajar con aparatos electrónicos como tablets y portátiles donde hay sofás cómodos y mesas a una altura adecuada para estar horas trabajando con tu ordenador. Luego, en la izquierda y junto los grandes ventanales, están las mesas de cafetería habitual un poco privadas, ya que, se separan entre ellas por pequeños muros a la espalda de los asientos. Y, por último, está la barra habitual con taburetes. El espacio combina una variedad de colores tierra junto toques en blanco y elementos de madera, lo que la hace ver moderna y, por tanto, atractiva para la población joven.
El sonido de la puerta al cerrarse hace que levante la vista de mi café. Antes de ver a la persona entrando, haciendo eses, ya me había imaginado de que se trataría de un borracho, pero no me esperaba que fuera justamente este borracho.
Carlo se adentra en el establecimiento dando tumbos, con los ojos entrecerrados y una sonrisa boba emergiendo de entre sus labios. Inconscientemente, me pongo en guardia detrás de la barra y mi estómago se cierne sobre sí mismo negándose a ingerir el café que me acabo de preparar. El corazón me late a mil por hora y siento mis piernas flaquear.
Este hombre consigue demasiadas reacciones de mi parte con tan solo su presencia. Hace mucho tiempo que no le veo y, ese hecho, hace que me dé cuenta de que, una vez más, lo he echado de menos. Sin embargo, las imágenes de lo que estaba ocurriendo en mi propia habitación hacen que me mantenga firme y no decida volver a caer ante él. Pongo mi mejor cara de persona atendiendo un establecimiento, esa amabilidad característica para tratar con extraños y que logra sentir cómodos a los clientes.
Carlo aparta de mala manera un taburete y se sienta sobre él con un gruñido. Prácticamente apoya todo su cuerpo sobre la barra manteniendo su cabeza en alto gracias a una de sus manos. Me encuentro con su mirada, sus ojos parecen perdidos al principio, pero pronto logran enfocarme y, con ese simple gesto, podría doblegarme. Inspiro profundamente por la nariz y exhalo el aire despacio, animándome mentalmente y recordándome que es un cliente más.
-¿Qué le pongo?
-Una cerveza.
Me muerdo la lengua para evitar que la preocupación hable por mí. Considero que está lo suficientemente borracho como para continuar bebiendo, pero si se tratara de un desconocido me daría exactamente igual servirle lo que me pide. Por tanto, en silencio, cumplo con el mandado dejándole un botellín de cristal abierto delante de él.
ESTÁS LEYENDO
El Skate de Kobe Bryant
RomanceEstá Noah con su 1'62, una corta melena pelirroja y sus ojos verdes. Tiene un solo amigo: Joaquín y un secreto: el baloncesto. El clásico chico bajito, inteligente y empollón que es el objeto de todas las burlas, pero éste con su malhumor no se deja...