Capítulo 25: Resaca Nueva

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Siento mi cuerpo helado y pesado, mi boca está seca y pastosa y parece que me va a estallar la cabeza de un momento a otro. Abro los ojos pesadamente, la suave luz que se cuela por la puerta ligeramente abierta me permite ver en la penumbra: compruebo que esta no es mi cama y, mucho menos, mi habitación.

Me remuevo bajo las sábanas perezosamente. No quiero levantarme, pero la necesidad de beber agua es más fuerte que el cansancio. Busco mi móvil en la mesilla más cercana a ciegas, pero toco de todo menos lo que busco. Tampoco recuerdo cuándo lo vi por última vez o qué he hecho con él.

Lo cierto es que no recuerdo cómo he acabado en la casa de la jirafa cuando había quedado con Joaquín para dormir en su casa. Me yergo y compruebo que la ropa que llevo puesta no es mía. Escucho voces lejanas y me replantearía seriamente el seguir durmiendo sino fuera por la imperiosa necesidad de agua y de que me arranquen la cabeza.

Finalmente, salgo de la cama y mi cuerpo comienza a tiritar del frío. Decido no pedir permiso y hacerme con una sudadera del armario del popular. Me adentro silenciosamente al pasillo y me cuelo rápidamente en el baño.

Lo primero con lo que me encuentro es con una versión más desastrosa de mí reflejada en el espejo. Mis ojos están inyectados en sangre, duelen por la luz blanca y están adornados con unas oscurecidas ojeras. Además, parece que una pareja de gorriones se ha peleado en mi melena y mi piel me resulta más pálida de lo habitual.

Acciono el grifo del lavabo y espero a que salga agua caliente. Con ella, lavo mi cara y hago el vano intento de reordenar mi pelo. Suspiro cansado. Quiero dormir, quiero agua y quiero una aspirina. Escucho unos leves golpes sobre la puerta y le doy permiso a regañadientes.


-No te vi en la habitación así que supuse que estarías aquí.


Al tratarse de Popular 1, mi cuerpo se relaja y decido sentarme sobre la tapa del váter. Apoyo mi espalda contra éste y, por favor, que alguien detenga este dolor de cabeza. El susodicho se arrodilla delante de mí y acaricia mi mejilla despacio. Me apoyo contra su mano inconscientemente; se siente cálida.


-¿Te encuentras bien?

-Me va a explotar la cabeza.

-¿Te apetece comer algo?

-Quiero agua.


La jirafa se ríe bajito, pero no le doy importancia, al menos uno de los dos comienza el año de buen humor. Deja un suave beso sobre mi frente y se levanta. Me ofrece su mano y la acepto con un gruñido, tira de mí ligeramente para que me ponga en pie y obedezco sin rechistar. Cogiéndome por sorpresa, me veo rodeado de sus brazos: se siente cálido por lo que escondo mi cabeza en su pecho, su olor hace que desaparezca por unos segundos el dolor de cabeza.

Nos separamos y deja un suave beso sobre mis labios. Sale del baño y le sigo de cerca algo extrañado con su actitud. Está más cariñoso y atento de lo habitual. Sin embargo, no me paro a pensar demasiado en ello en cuanto llegamos al umbral de la cocina.

Nico y su energía se abalanzan sobre mí, me abraza fuerte y me felicita el año en un tono demasiado alto. Frunzo el ceño molesto por el ruido, pero le devuelvo el gesto. Luego, agarra mi muñeca y comienza a tirar de mí demasiado rápido para mi cuerpo y hace que me adentre a la cocina e, incluso, que me siente en una de las sillas.

Frente a mí y sobre la mesa, hay un montón de bollería que hace que se me revuelva el estómago. Mi yo habitual estaría más que encantado de comerse todo aquello que esté a su alcance, pero mi yo resacoso no está por la labor. La jirafa deja una humeante taza delante de mí junto un ibuprofeno.

El Skate de Kobe BryantDonde viven las historias. Descúbrelo ahora