Sospechosa

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Luego de esa madrugada, pasaron muchas más en las que no volvió a responder mis mensajes. Supongo que le molestó, o eso es lo que he venido pensando. Además de que ella mencionó no hacer ese tipo de cosas con sus seguidores. ¿Acaso seré el único o solo era una mentira? Descargué los videos y las imágenes que me envió a mi computadora y los guardé en la carpeta que lleva su nombre, en esa misma donde sus otros vídeos me despiertan cada que tengo necesidad de verla y fantasear.

No sé si es sano depender de esos vídeos, o mejor dicho, para ser honesto, de una mujer que ni siquiera conozco. Incluso no sé si Laura sea su verdadero nombre. Por más que he tratado de buscar información sobre ella, ha sido muy difícil. Ni siquiera los programas oficiales me han ayudado, pues un amigo me ha asegurado que sus datos están muy bien protegidos. O la chica sabe de cómputo, o pagó a hacker para que nadie sepa de ella más de lo que muestra.

El caso de la Srta. Samay Rivera dio un giro brutal y que no me esperaba en lo absoluto. Hace un par de días atrás la encontraron muerta en su casa, con señales de abuso y tortura. Como encargado de su caso, no voy a detenerme hasta encontrar a ese maldito desgraciado. Haré que se pudra lo que le reste de vida. Varios vecinos y conocidos de Samay, vinieron a declarar lo ocurrido esa noche. Toda la información que recolectemos de ese sujeto, es esencial y espero que nos sea de ayuda. La muerte de esa chica no puede quedar impune, y esa lacra no puede estar por las calles como si nada.

—¿Quién sigue? — tomé un largo trago de café que mi secretaria me trajo hace un par de minutos, y me acomodé en mi lugar.

—Laura Bermúdez, su vecina y al parecer era la única amiga de Samay — me informó Gabriela,

—Hazla pasar — me quedé pensando, dando vueltas a ese nombre que me trae tantos pensamientos impuros.

—Sí, señor.

Sacudí la cabeza ante mis pensamientos y procedí a seguir haciendo mi trabajo. La vecina de Samay; Laura, entró pocos segundos después junto a Gabriela. Si no fuera porque estoy trabajando en un caso tan importante, no hubiera actuado tan profesional. Es una mujer que llama bastante la atención, no solo con las potentes proporciones de su cuerpo, sino por lo realmente bella que es. Aunque me costó mucho hacer contacto visual con ella, pues era imposible no dejar caer la vista a su pronunciado escote.

—¿Oficial...? — pronunció, su voz es muy suave y fina.

—Enzo Sánchez — carraspeé, poniéndome de pie y estrechando su mano.

—Un gusto.

Nunca había estado frente una mujer que me gane por unos cuantos centímetros de estatura. Aunque use tocones, se ve a simple vista que es alta, pues sus piernas son bien largas.

—Toma asiento, por favor — sus ojos castaños y profundos me causaban curiosidad—. Bueno. ¿Hace cuánto tiempo conocías a Samay?

—Alrededor de unos cinco años, exactamente cuando llegó a vivir al vecindario con ese maldito desgraciado.

—¿Eran amigas?

—Sí, nos contábamos todo. Yo era su única amiga, y ella la mía — su voz se quebró, así que tomó un corto respiro.

—Cuéntame un poco más de la relación que ella tenía con su expareja.

—Al principio se me hizo una pareja normal. Él se veía muy cariñoso con ella cuando se les veía por las calles, pero de un momento para otro él cambió. Empezó a consumir drogas y Samay me confesó que Nelson estaba en malos pasos y temía por lo que pudiera pasarle a ella y a su hijo si el cayera preso. A partir de ese momento él empezó a golpearla e insultarla. La trataba muy mal, y a pesar de que le dije muchas veces que lo dejara y viviera conmigo, ella siguió con él por su pequeño hijo, pero no fue hasta que le dio tremenda paliza que ella recapacitó. Y no era para menos, pues casi la mata golpes. Samay vivió conmigo un par de meses, pero ese desgraciado logró engañarla con sus falsas promesas y volvieron. Todo parecía ir bien, pero ya sabe, señor oficial; el que es, nunca deja de ser. Logré convencerla para que pusiera la denuncia, pero fue tarde. En cuanto ese loco maniático se enteró que no podía acercarse a ella, explotó. Aun no entiendo qué fue lo que pasó ese día, pues ella estaba muy rehacía a dejarlo entrar. Siempre que lo veía llamaba a la policía y hacían sus rondas — limpió sus lágrimas, y me quedé viendo el color de sus uñas, dejando de prestar atención a sus palabras—. Es muy confuso. Ella ya no dependía de él. Ahora trabajaba conmigo, tenía como solventar los gastos de Nico por su cuenta. 

—¿En qué trabajas? — lancé la pregunta, y ella se tensó.

—Vendo productos femeninos por catálogo — desvió la mirada, prestando atención al color verde fluorescente de sus uñas—. Logré hablar con mi jefa y ella le ayudó a Samay.

¿Por qué será que no le creo? Ella me está diciendo la verdad en muchas de las cosas que ha mencionado, pues la declaración concuerda con lo que Samay denunció aquella tarde en la que estuvo aquí, pero hay algo en la que Laura Bermúdez me está mintiendo, y ese algo lo voy a descubrir a como dé lugar. Después de todo, no sería el primer caso en que una persona se involucra con la pareja de sus amigos. Quizás esto se trate de un triángulo amoroso, celos y envidia. Lo importante aquí, es encontrar al culpable, o probablemente, los culpables cuanto antes.

—¿Me podría dar el número de teléfono de su jefa? Me gustaría hablar con ella.

—Claro, no hay problema — mencionó no muy convencida de acceder, pues sus nervios y el cómo mueve sus manos con constancia, la dejó como una posible sospechosa. 




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