Malicia

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A toda costa y a fuerza hice hasta lo indecible para no estrellarme en algún punto de la casa con la Srta. Bermúdez. Verla con ojos de deseo no me está ayudando en lo absoluto, más cuando hace mucho no tengo el gusto de disfrutar a plenitud a una bella dama que, de por más está decir, que está que se cae de lo buena. Mi mano y la divina imagen de mi Laura no es suficiente para satisfacer esos deseos que me han estado consumiendo con mayor intensidad en estos últimos tres días que he estado en casa. Necesito liberar estrés, ya que dos diablillas han logrado acumular bastante en tan solo un par de días. Ni el trabajo es tan frustrante como quedar con una erección de los mis diablos cada que cruzo un par de palabras con ellas.

¿Por qué tienen que tener el mismo nombre? No puedo nombrar a la una sin pensar en la otra. El diablo se aparece en todos lados, y en la forma que más nos gusta para hacernos caer en la tentación.

Llegué a casa luego de estar la mayor parte de la mañana haciendo ejercicio y, para mi maldita suerte, me encontré con la Srta. Bermúdez en una falda negra muy corta, una blusa amarilla mostaza con un escote que llega justo a la gloria y una par de botas negras que suben un poco más arriba de sus rodillas. Ese cabello largo y bien arreglado me está llamado a gritos, ¿o es que solo se trata de mi absurda impresión? Me atreví a verla mejor, ya que está buscando algo en su bolso y no ha reparado aún en mi presencia, o eso creía hasta que habló.

—¿Ejercitándose desde tan temprano, oficial? — inquirió sin levantar la vista del interior de su bolso.

—Sí, me gusta hacer ejercicio a diario, más cuando tengo días libres.

—Que manera de aprovechar sus días libres. Pensé que los policías en sus descansos hacían otro tipo de cosas.

—¿Cómo cuales?

—No lo sé — por fin me miró a los ojos—, quizás salir con sus novias, amantes, esposas, conquistas, ligues... Ir a beber o simplemente quedarse en casa viendo la tele. Qué sé yo —se encogió de hombros, y reí.

—Mis gustos son algo diferentes.

—Me encantaría saber esos gustos para que estos días que le quedan de descanso, hagamos algo y no le sean tan aburridos — sonrió ladeado—. Igual también me aburro sin hacer nada en esta casa.

—No creo que esté dispuesta a saber sobre mis... pasatiempos — aunque no me vendría mal un par de manos o una boquita que me facilite el trabajo.

—Quien sabe, quizás me terminen gustando — se encaminó a la puerta, moviendo la cadera demasiado seductora.

«Esas no son insinuaciones indecorosas, Enzo, la chica solo quiere ser cordial», me reprendí, luego de haber entendido en doble sentido sus palabras.

—¿A dónde vas? — me vi preguntando sin razón.

—Tengo que ir a mi apartamento a sacar unas cosas que necesito para hacer un trabajo importante. También debo aprovechar para ir a visitar a mi gordito...

—Si quieres puedo acompañarte — carraspee—. Es decir, no me parece conveniente que te expongas, nunca se sabe en qué momento pueda aparecer ese sujeto.

—No estaría mal tener un guardaespaldas personal por un día — bromeó—, pero me gustas más cuando usas tu uniforme que vestido de civil. O si tienes traje negro y corbata, mucho mejor.

—Me daré una ducha rápida y regreso.

—Adelante — se sentó en el sofá, sacando el celular de su bolso.

Me adentré al baño e hice todas mis necesidades antes de darme una rápida y refrescante ducha. Al salir del baño, me tropecé con ella de frente, y para no hacerla caer, solté la toalla y la aseguré contra mi cuerpo, percibiendo ese aroma tan femenino que desprende cada poro de su piel. No pude apartar mis manos de cintura, menos la mirada de sus rojos labios y sus grandes y redondos senos. Joder, necesito liberar todo esto, a base de pajas no se queda satisfecho.

—Lo siento, no me fijé que ibas saliendo del baño — susurró tan cerca de mi rostro, que su aliento logró causarme un ligero escalofríos por todo el cuerpo.

—No te preocupes, tampoco me percaté que ibas pasando por el pasillo.

Nos miramos largos segundos en completo silencio, y podía hasta jurar que sus ojos cayeron sobre mis labios, pero eso no puede ser cierto. Solo debe tratarse de que la chica me pone caliente cada que la veo, y por eso ya estoy viendo cosas donde no las hay.

—Ya me puedes soltar, me estás mojando toda — a esa última palabra le sumó una mordida de labio que resultó fulminante para controlar el palpitar de mis nervios.

No es intencional, ella no tiene ni la menor idea de lo sucio y delicioso que acaba de sonar aquello, y de lo mucho que acaba de provocarme con esa acción tan erótica y sensual.

Por más que traté de no ceder de no dejarme llevar por las ganas que me estaban quemando por dentro, mi resistencia se vio gravemente destruida cuando corté el poco espacio que nos quedaba y me adueñe de sus labios, primero succioné ese labio que acababa de morder para luego poseerlos por completo.

Pensé que me apartaría y me golpearía, pero su respuesta fue permitirme el paso y dejar que mi lengua peleara a muerte con la suya. Fue un beso intenso, furioso y apasionado, dónde yo solito delate mi gusto por ella. La sangre fluyó a mil por mis venas entre cada corriente que provocaba la textura suave de sus labios.

Cortamos el beso a fuerza y por la necesidad del aire en nuestros pulmones. Creí que habría molestia en su mirar, pero me encontré con un par de ojos castaños cargados de lujuria y deseos.

—Se te cayó la toalla, oficial — la vi agacharse a mis pies y, si ya estaba muerto por ella, verla en esa pose tan caliente y sin dejar de mirarme fijamente, terminó por hundirme en su tumba y de cabeza.

¿Lo hace a propósito o solo está tentando mi resistencia? Porque esa malicia en su mirada no me pasó desapercibida.

Obsesión[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora