Honestidad

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Laura

—¡Claro que sí! Pero no puedo cenar contigo de esta manera, ¡tú estás demasiado guapo! — salí corriendo como una pequeña niña que acaban de darle lo que tanto ha pedido en Navidad, escuchando su bonita risa a mis espaldas.

Ni siquiera esperé llegar al baño, a medida que subía por las escaleras me quitaba mi uniforme de mucama. Tan pronto llegué a la ducha, abrí la llave y con el corazón aún bombeando a mil, me bañé pensando en lo bien que me han sentado sus palabras, más cuando lo había visto todo perdido entre los dos.

Sé que aún no digo mi mayor secreto; no obstante, creo que este es el mejor momento para hacerlo. Después de todo, no quiero esconder nada más de mí a él. Además, no tengo nada qué temer, pues haya sido hombre en un pasado, no quiere decir que haya dejado de ser mujer; nací mujer y moriré siéndolo.

Me puse un vestido rojo ceñido al cuerpo, con un escote profundo en la espalda y no tan pronunciado de frente. Dejé mi cabello suelto, y tan solo me apliqué un poco de maquillaje, algo para nada exagerado. La emoción fue tanta, que hasta incluso me puse una lencería roja muy sexi por debajo del vestido que consta de una sola pieza, pero que, combina a la perfección. No sé por qué trato de combinar todo si sexo es lo menos que vamos a tener esta noche. ¿O será que esa parte de mí sí lo quiere?

—Deja de pensar en cochinadas, Laura — me reprendí, soltando un largo suspiro antes de salir de la habitación y bajar con él al comedor.

Tan pronto mis sentidos captaron un delicioso aroma, me transporte a todo lo que mi madre cocinaba para mí cuando era pequeña. Ver la mesa decorada muy hermosa, con velas y unas cuantas rosas a su alrededor, aceleró mi corazón de golpe. La poca luz de las velas lo hacía ver hermoso estando ahí sentado y rodeado de ellas, aunque, de por sí, el hombre es todo un bombón, más cuando lo veo usar ropa diferente a ese uniforme que tan bien le queda, pero ahora se me hace el doble de bello y sexi.

—Lamento haber tardado tanto — fue lo único que se me ocurrió decir.

—No te preocupes, vale la pena esperar todo el tiempo que sea necesario con tal de ver la belleza que desprendes al llegar — sacó la silla para mí y me ayudó a sentar, para luego él hacer lo mismo, pero frente a mí—. Es paella de mariscos, espero te guste.

—Muchas gracias, se ve muy delicioso.

—Buen provecho — sirvió dos copas de vino y, entre tímida y emocionada, le di el  primer bocado a la comida.

La comida explotó en mi boca de manera brutal, nunca había probado algo tan rico en mi vida, aunque no soy mujer de comer tan a menudo comida preparada en casa, pues desde mi madre, no había nadie que la superará, pero al parecer este hombre ha hecho que bajen a mi madre del primer lugar.

—Está riquísimo. ¿Lo has preparado tú?

—Sí — sonrió grande—. Me alegra que te haya gustado.

—Deberías cocinar más a menudo, te quedó fenomenal. Debiste ser chef en lugar de oficial de policía — bromeé.

—Mi madre me enseñó a cocinar desde pequeño — se encogió de hombros—. Siempre me gustó, pero no podría tener cabeza para atender comensales. Soy un hombre que le gusta la acción, la protección y todo lo que termine en «cción».

Reímos, aligerando el ambiente que en un principio se sentía incómodo y tenso.

Nos enfrascamos en una charla divertida de cosas que pasamos cuando éramos niños, pero por alguna razón, me sentía tan cohibida en decirle todo aquello que me hizo dar cuenta que había nacido en el cuerpo equivocado. Contarle que, desde pequeña, conocí el verdadero color del infierno en manos de mi padre, me hacía imposible hacer contacto visual con él. Cada recuerdo de mi niñez, mientras él hablada de la suya me hacía sentirme poca cosa a su lado. Él tiene tantas anécdotas con su madre, sus amigos y sus pocos familares, que hasta envidio haber nacido tan maldita en el cuerpo de un chico del cual nunca conecté.

Sentía la inmensa necesidad de llorar y salir corriendo; olvidar quien soy y no sentir ningún tipo de dolor. Tenía ganas de morir y haber nacido de nuevo, pero esta vez en mi identidad correcta para no sentirme tan poca cosa.

—¿Estás bien? Te noto distraída. De momento dejaste de hablar y sonreír.

—Estoy bien — lo miré a los ojos, y las palabras de la Sra. Teresa cruzaron por mi mente—. No, no estoy bien.

—¿Qué tienes? Sabes que puedes confiar en mí.

—Tengo que decirte algo muy importante, y no sé si lo que vayas a escuchar vaya a ser de tu agrado, pero no puedo seguir ocultándome por más tiempo, estoy cansada de hacerlo — tomé aire, con las manos temblando y el corazón a punto de salir de mi pecho mientras él hacía un silencio tan denso y turbio, que creí que desfallecería allí mismo—. Si te soy honesta, me gustaba más el rosa y el morado que cualquier otro color que me mostraran frente a mis ojos. Sabía que algo andaba mal en mí cuando me invitaban a jugar balón y prefería quedarme en casa a jugar con los vestidos de mamá, pero me di cuenta con el pasar de los años que no había nada malo en mí; simplemente nací en el lugar equivocado, por así decirlo.

—¿A dónde quieres llegar con todo esto que me estás diciendo? — aflojó el nudo de su corbata, y tragué saliva, viendo la confusión escrita en sus ojos—. Explícate mejor porque no te entiendo, Laura.

—Mi nombre era Alejandro Ferreira, pero, desde que descubrí que debía haber nacido mujer y no hombre, me llamé a mí misma Laura Bermúdez, dejando a mis padres y toda esa vida de mentira atrás para siempre. Estás en tu derecho de odiarme y despreciarme, pues estoy segura que luego de esto, no tengo nada más que hacer aquí, pero necesitaba decírtelo o de lo contrario no tendría ninguna paz.

—Estás jugando conmigo, ¿verdad?

—No... — bajé la cabeza, tomando todo el valor por primera vez para ser libre y confesar todo lo que he guardado por años—. Si quieres condenarme tú también por haber cambiado el curso de mi supuesta naturaleza, hazlo, pero tengo que decir que, no porque haya encontrado mi verdadera identidad, haya dejado de sentir como cualquier ser humano. Duré muchos años tratando de sentirme dichosa por la mujer que he sido; escondida de mis padres y del mundo por miedo a la burla y al rechazo. Sabes bien que una persona que vaya en contra de lo que se ha establecido está destinada a ser lo peor del mundo, pero no fue hasta que toda mi transformación se dio y vi el resultado final que descubrí lo que tanto me había dicho a mí misma desde pequeña era cierto. Verme, por primera vez, convertida físicamente en esa mujer que añoré tanto, ha sido el mejor de mis sueños. Y te digo sinceramente que, en cuanto tuve uso de razón, siempre me vi al espejo como la más bella de las princesas — limpié esas lágrimas que no puede evitar derramar—. Ódiame todo lo que quieras, pero quiero que sepas que conocerte ha sido lo más bonito que me ha podido pasar en todos mis años de vida. Me enseñaste muchas cosas, entre ellas, a tener plena confianza en mí misma y a amarme por la hermosa mujer que soy y que has recalcado tanto a lo largo de todos estos meses. Has sido la primera persona en quererme, por lo que creo yo, soy en realidad. Y agradezco tanto lo mucho que me has protegido todo este tiempo de los peligros. Ódiame, sé que en el fondo lo harás por mi falta de lealtad y, porque, ¿quién en su sano juicio se fijaría en alguien como yo? Ódiame todo lo que quieras, sé que lo merezco después de todo por ser esta mujer deshonesta y falsa que soy para muchos, pero lo más honesto que te puedo confesar hoy mismo, es lo mucho que me he enamorado de ti...

Obsesión[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora