Problemas

1.4K 156 11
                                    

Enzo

La cagué hasta el fondo con la Srta. Bermúdez, no debí dejarme llevar por mis instintos, pero es que no pude controlarme, menos cuando ella es tan descarada de provocarme de esa manera. Pensé que todo iba bien, pues me estaba respondiendo favorablemente y en ningún momento me pidió que me detuviera, porque de ser así, con un profundo dolor, lo hubiera hecho. No soy de obligar a ninguna mujer a hacer algo que no quiera, pero a la vez me confunde, porque fue ella quien me atacó primero. 

—No tengo nada que perdonar, no fuiste tú el que empezó. La que debe pedir una disculpa por ser tan atrevida soy yo — se separó un poco de mis brazos para mirarme a los ojos.

Ni siquiera supe en qué momento la abracé, solo sé que, cuando la vi llorar tan desconsolada, no pude evitar estrecharla entre mis brazos y darle un poco de ánimos con mis palabras. Fui un insensible, aún sabiendo del trauma que vivió enanos de ese infeliz. Lo único que conseguí fue asustarla.

—Aunque me fascinó lo atrevida que fuiste, fue desvergonzado de mi parte tratar de seguir cuando me dejaste en claro que no ibas a continuar haciendo el ya sabes... — estaba nervioso y un tanto adolorido, además de que me sentía en una nube percibiendo el aroma de su perfume.

Soltó una risita entre lágrimas que alteró los latidos de mi corazón a una velocidad inaudita. Quisiera que mi Laura fuera la Laura que tengo entre mis brazos, así le doy todo eso que he guardado con tanto recelo solo para ella, pero es imposible que dos personas diferentes se conviertan en la misma. Supongo que tendré que conformarme con desearlas y pensarlas a las dos, porque tenerlas lo veo como un imposible.

—Me quemé en mi propio juego — confesó, hundiendo el rostro en el hueco de mi cuello—. ¿Sabes? Después de todo, no es tan incómodo estar abrazada a ti mientras estás desnudo.

¡Se me había olvidado por completo que estaba desnudo! No supe qué responder, no sabía si soltarla e ir a mi habitación o robar todo su aliento en un solo beso.

—Lo siento, pero en mi defensa, me tomaste con la guardia baja.

Nos mantuvimos en silencio y abrazados por unos cuantos minutos más antes que me atreviera a volver a hablar.

—Si la oferta de ser tu guardaespaldas aún sigue en pie, me gustaría acompañarte a tu antiguo apartamento y luego a visitar al pequeño de Samay — me encogí de hombros, restándole importancia, aunque por dentro estaba nervioso.

¿Qué hay con esos nervios? ¿Desde cuándo soy un hombre nervioso frente a una mujer? Quiero suponer que es la situación tan caliente, pero incómoda que acabamos de pasar la razón del porqué estoy así.

—Por hoy contrataré tus servicios.

—Muy bien, entonces así mismo espero mi paga — quería besarla una vez más, pero eso solo sería volver a tener un rechazo de su parte—. Ya regreso — la liberé de mis brazos y me adentré a mi habitación antes que pudiera decirme una palabra más.

Revisé mi celular y, al no tener ninguno de Laura, me vestí rápidamente y salí con la otra Laura a acompañarla a hacer sus cosas. No sé qué es peor, que lleven el mismo nombre y las confunda o que me haya prestado aún sin comprender para hacer de protector. En ambos casos, estoy más que perdido entre dos mujeres que me tienen con la cabeza en lo alto.

El apartamento de Laura estaba abierto cuando llegamos, por eso mismo primero entré yo para asegurarme que no hubiera nadie en el interior. Parece que un huracán hubiese pasado por el lugar, pues todo está revuelto y desordenado.

—¿Qué rayos pasó aquí? — cruzó por el lado de las esquirlas de una ventana rota.

—Pediré cámaras de la zona para saber quién hizo todo esto. Asegúrate que todo esté, quizás hayan entrado a robar.

Cruzamos el pasillo hasta su habitación, pero ella se quedó de piedra al ver la palabra «Puto» decorando las paredes. Me fijé en muchos de los trajes que habían regados por todo el suelo y la cama, quedando igual o peor de petrificado que ella. Esos trajes los reconozco a la perfección, jamás olvidaría cada una de las prendas que ella ha usado para transmitir en su página.

—Es un maldito desgraciado... — la escuché decir, tratando de recoger a toda velocidad los trajes del suelo.

—Laura — se detuvo, pero no se atrevió a darme la cara—. ¿Tienes algo que decirme?

Esto debe ser una jodida broma, ella no puede ser la misma Laura de la que he estado hechizado por tanto tiempo. Quiero creer que esto solo hace parte de mi imaginación, de un estúpido sueño. Cómo pude ser tan imbécil de no darme cuenta antes. Cómo pude caer en su maldito juego.

—¿Disfrutaste al jugar conmigo? ¿La pasaste bien burlándote de mí? ¡Dame una maldita explicación! Has tenido mucho tiempo para decirme quién eres en realidad, pero, aún así, la gozabas viéndome la cara.

—¡No tengo por qué darte explicaciones! — se giró, apretando los trajes contra su pecho y dejando fluir las lágrimas por sus mejillas—. Estaba en mi derecho de mantener mi identidad en privado.

—¡Pero yo sí me mostré ante ti sin importarme nada! ¡Hemos hablado de todo tipo de cosas, hemos disfrutado abiertamente del sexo! ¡Confié en ti y tú solo estabas jugando conmigo durante quién sabe cuánto tiempo! — vociferé—. ¿O acaso todo fue mentira? Ahora ya no sé qué pensar de ti...

Bajó la cabeza y limpió sus lágrimas, pero no funcionó, ya que lloró incluso más fuerte. Quise tomarla entre mis brazos y decirle a gritos todo lo que siento por ella, pero me siento traicionado y burlado de la mujer que creí que era todo en mi mundo. No soy más que un idiota al hacerme ilusiones con alguien que es una falsedad.

El sonido de mi teléfono cortó el silencio que se había formado entre los dos. A regañadientes y tratando de tranquilízar los furiosos latidos de mi corazón, le respondí a mi asistente.

—Señor, que bueno que me responde.

—¿Qué pasó?

—Es sobre el caso de la Srta. Samay Rivera. Nos han informado del orfanato que el niño ha sido secuestrado.

—Pero ¿cómo demonios pasó eso?

—No se sabe nada. Cuando se dieron cuenta, el niño ya no se encontraba en su cuna.

—Envía una unidad a la casa de la Srta. Bermúdez para que investigue un posible hurto. Te veo con Mauricio en el orfanato — colgué sin recibir respuesta y, cuando estaba a punto de salir, escuché su voz a mi espalda.

—Enzo...

—Después tendremos tiempo de hablar sobre esto. Ahora mismo debo atender un asunto importante — suspiré, tratando de encontrar las palabras adecuadas para contarle—. Se trata del hijo de Samay.

—¿Qué le pasó? ¿Está bien? — soltó todos los trajes de sus manos y se acercó a paso rápido a mí.

—Vamos, de camino al orfanato te lo explicaré todo.

Obsesión[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora