MAALDORIA

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Maxwell Lord, Veronica Sinclair y Morgan Edge entraron en el gran palacio escoltados por la Guardia, soldados vestidos con una cota de maya cubierta de escamas de acero y la cabeza cubierta con un yelmo con la forma de la cabeza de un lagarto. Maxwell y Veronica se mostraban tranquilos, tan solo Morgan se encontraba inquieto.

– Os dije que esto iba a pasar –replicó en voz baja.

– Te podrías callar, aunque solo sea por una vez –dijo Veronica fastidiosa.

Los tres nobles metropolitanos fueron llevados hasta la Sala del Consejo, una gran habitación de forma circular con grandes ventanales en cuyo centro había cinco hombres sentados en grandes sillones. Eran los gobernantes de la ciudad, más conocidos como los Hermanos, cinco hombres elegidos entre las familias más ricas y poderosas de la ciudad cuyo mandato duraba hasta que morían, renunciaban o eran destituidos por los otros miembros del Consejo.

Los sillones que ocupaban eran iguales, con excepción de el que se encontraba en el centro, más grande y majestuoso que los demás. En él se sentaba el hombre que presidía el Consejo, conocido como el Gran Hermano, cuya túnica era blanca en lugar de azul, como la de los otros miembros del Consejo. El Gran Hermano tenía un mandato de un año, por lo que los Hermanos iban turnándose cada año.

Fue el Gran Hermano quién comenzó a hablar cuando Maxwell, Veronica y Morgan fueron colocados frente a ellos.

– La ciudad de Maaldoria está muy agradecida por los servicios prestados. Especialmente tú –señaló a Veronica –. Espero que disfrutes del "regalo" que te dimos.

– Lo estoy haciende, creedme –dijo Veronica con una diabólica sonrisa.

El Gran Hermano volvió a dirigirse hacia los tres.

– Pero, esta situación se está volviendo insostenible.

– Si, esa flota de compatriotas vuestros nos está causando demasiados problemas –dijo uno de los Hermanos –. Estamos sufriendo pérdidas millonarias, el comercio de esclavos se está estancando y nuestra lista de clientes se está reduciendo mucho.

Maxwell asintió.

– Entiendo vuestra preocupación. Pero, como ya os dije, aunque yo y mis amigos seamos metropolitanos, poco podemos hacer ya en el Imperio, donde hasta nuestras cabezas tienen precio. Pero, no os preocupéis. Ya os dije que dentro del Imperio se está formando un ejército rebelde con intención de derrocar a Lena Luthor. Y, cuando eso ocurra, allí estaremos nosotros para, no solo quitaros a Metrópolis de encima, también para que el norte del Continente vuelva a disfrutar de los beneficios de la esclavitud.

– Cierto –continuó Veronica –. Me dijisteis que los señores del sur pagan cantidades millonarias por esclavos del norte. Con nosotros al frente del Imperio os llegarían barcos llenos de jóvenes norteños que os harán mucho más ricos.

– Si, todo eso suena muy bien –dijo el Gran Hermano con incredulidad –. Pero, de momento, no podemos quedarnos esperando a que ese ejército de fanáticos se alce en el norte. El problema está aquí, en el sur del Continente. Esa flota metropolitana tiene que ser expulsada cuanto antes. Ninguna flota del sur puede hacerle frente.

– No por separado –dijo Maxwell –. Pero, como ya os dije, si logramos juntarlas todas en una gran armada podríamos plantarle cara de verdad.

– Ya hemos hablado de eso –replicó el Gran Hermano –. La idea de una gran alianza no es la mejor opción. Muchos reyes y señores la aprovecharían para quitarnos la titularidad del comercio de esclavos.

– Además ¿Quién encabezaría la alianza si esta llegara a hacerse? –dijo uno de los Hermanos.

– Hace falta la figura de un gran líder que acaudille vuestras fuerzas en la batalla –respondió Maxwell –. Y ya lo tenéis aquí, en la ciudad. Tobias Whale, el gorila blanco de Freeland. He hablado con él y está dispuesto a hacerlo. Y lo único que quiere a cambio el trono de Freeland. Colocadle al frente de vuestra armada y pronto conseguirá que más barcos se unan a vuestra causa ¿Qué decís?

EL REINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora