METRÓPOLIS

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Kara no se podía creer que estuviera haciendo aquello. Mucho menos, que lo hiciera porque Coville se lo hubiera indicado. Pero ella lo hacía principalmente para proteger a Lena y eso era lo que más le importaba. También lo hacía para salvar muchas más vidas, pero la vida de la mujer que amaba era su prioridad. Aquello era lo que había llevado a Kara a robar una vasija de aceite, salir de la ciudad en plena noche sin decir nada a nadie y, en un descampado, cercano a donde se produjo la batalla contra los daxamitas, dibujar en el suelo el emblema de la Casa de El y prenderle fuego.

Ya solo le quedaba esperar. Una espera que se le hizo eterna. Lo más seguro era que ya hubieran visto el fuego en Metrópolis y se hubieran dado cuenta de su ausencia. Era cuestión de tiempo que Lena enviara a la Guardia Real para llevarla de nuevo a la ciudad. Si esa asesina no llegaba pronto, todo aquello habría sido inútil.

Pero, de momento, nadie acudía a ese encuentro y la kryptoniana empezaba a impacientarse.

Finalmente, pudo ver algo en el cielo. Al principio, solo era un punto negro que se movía entre las estrellas pero, a medida que se acercaba, empezó a tomar forma. Era un ser con dos grandes alas y cuatro patas, sobre él había alguien montado. No cabía duda de que era una bestia alada de transporte, posiblemente, un grifo. Pero, cuando el ser aterrizó y las llamas lo iluminaron, los azules ojos de la kryptoniana se abrieron como platos al darse cuenta del tipo animal que tenía delante.

 Pero, cuando el ser aterrizó y las llamas lo iluminaron, los azules ojos de la kryptoniana se abrieron como platos al darse cuenta del tipo animal que tenía delante

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Un Caballo Alado. 

Había oído hablar mucho de ellos y los había visto dibujados en cuadros y grabados en Argo. Hoy día, estaban casi extintos y solo se los podía encontrar en las zonas más recónditas, pero en el pasado era muy común verlos surcando los cielos de Krypton en los tiempos de gloria de su imperio, cuando los kryptonianos solían tener uno o varios a su servicio, utilizándolos para desplazarse de un lugar a otro o, simplemente, como pasatiempo. De ahí provenía el mito de que los kryptonianos podían volar. Ahora entendía mejor como esa asesina pudo llegar tan rápido a Central City desde Metrópolis para asesinar al amigo de Alex.

Según tenía entendido, los caballos alados eran animales majestuosos de color blanco con crines plateadas. Pero, aquel ser era más negro que la noche. Además, sus ojos eran de color rojo fuego y su cascos estaban manchados de sangre de las víctimas a las que había aplastado con ellos. Aquella bestia asustaba solo con verla, pero más miedo daba la persona que bajó de ella.

Era una mujer, de eso no le quedó duda alguna. Vestía un uniforme de guerra kryptoniano, pero era de color negro, en lugar del tradicional azul. En su pecho llevaba grabado el símbolo que había aparecido dibujado por toda Metrópolis, la Marca de la Bestia, según Coville. Su rostro estaba cubierto por una extraña máscara, también negra, con un diseño que no había visto nunca. Solo le cubría medio rostro, por lo que podía verla sonreír maliciosamente mientras, por unos segundos, sus ojos se volvían rojos, algo que le heló la sangre.

 Solo le cubría medio rostro, por lo que podía verla sonreír maliciosamente mientras, por unos segundos, sus ojos se volvían rojos, algo que le heló la sangre

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