METRÓPOLIS

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Sam despertó algo desorientada. Mientras se desperezaba, vio que se encontraba en su cama, pero había algo que la extrañaba, ya que no recordaba haberse acostado. Se incorporó y empezó a desperezarse cuando Ruby entró en la habitación.

– Por fin te despiertas, madre.

La Gran Consejera miró la ventana, por la que entraba el Sol con fuerza, debía ser ya medio día. Esto le extrañó más, ya que, aunque se acostara tarde, siempre se despertaba poco antes del amanecer sin ayuda de nadie.

– ¡Dioses! Debe ser tardísimo ¿Por qué nadie me ha despertado? Hay muchas cosas que hacer.

Esta vez, la sorprendida era la niña.

– Madre... Llevas durmiendo desde ayer.

Los ojos de Sam se abrieron como platos.

– ¿Qué...? ¿Cómo han dejado que duerma tanto? ¡Dioses! Lena debe estar furiosa...

– Lena no está furiosa. Es más, se siente aliviada de que por fin te hayas tomado un buen descanso. Dice que trabajas demasiado.

– Así es. Las dos tenemos que sacar este Imperio adelante.

Se levantó de la cama y llamó a sus sirvientas para que le prepararan la ropa. Cuando estas se fueron, comenzó a vestirse con ayuda de Ruby, que la miraba muy seria.

– Lena dice que puedes tomarte el resto del día libre.

– Se lo agradezco pero, como ya te he dicho, hay muchas cosas por hacer.

– Pero... hoy es mi primera demostración de esgrima. Me prometiste que ibas a estar presente.

Sam frunció el ceño.

– ¿Qué dices? Tu demostración de esgrima es el sábado, cuando tendré menos cosas que hacer.

La niña arqueó las cejas.

– Pero, si hoy es sábado...

Sam se giró sorprendida.

– ¿Qué dices...? Se supone que estamos a principios de semana ¡Dioses! ¿Cuánto tiempo llevo dormida?

La niña estaba cada vez más extrañada, lo mismo que Sam. Ninguna de las dos parecía entender lo que quería decir la otra.

– Madre, te quedaste dormida ayer, viernes, cuando regresaste de la Ciudadela.

Los ojos de Sam volvieron a abrirse como platos.

– ¿Cuándo he estado en la Ciudadela...?

La niña no daba crédito a lo que escuchaba. Por un momento, llegó a creer que su madre se estaba burlando de ella. Pero, no era así, la Gran Consejera hablaba bien en serio.

– Madre, te fuiste a la Ciudadela porque querías consultar unas cosas en la gran biblioteca. Lena no quería darte permiso por el atentado que sufriste la semana pasada, pero la convenciste diciéndole que viajarías de incógnito con Alex como escolta.

– ¿Alex viajó conmigo?

La niña asintió antes de continuar.

– La tienes muy preocupada. Dice que, cuando llegasteis, te perdió de vista durante varias horas y que, cuando te encontró, estabas rara.

– ¿Cómo que rara? –preguntó Sam ceñuda.

La niña se encogió de hombros.

– Dice que estabas todo el tiempo muy seria y que tenías una actitud muy distante con ella. Ni tan siquiera quisiste besarla cuando os quedabais a solas –esto sorprendió aún más a Sam, ya que nunca rechazaba los labios de su amada –. Tuviste esa actitud todo el tiempo hasta que regresasteis a Metrópolis ayer y te acostaste para no despertar hasta ahora. 

EL REINADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora