IMPERIO METROPOLITANO

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La granjera, una mujer ya anciana que ocultaba sus blancos cabellos bajo un sombrero de paja, regresaba de dar de comer a los cerdos. Con el cubo vacío en la mano se disponía a entrar de nuevo en la casa cuando el sonido de varios cascos de caballo acercándose llamaron su atención. Aquel ruido no le gustaba nada, ya que le traía malos recuerdos. Durante la guerra, no paraba de escucharlos y siempre eran soldados de la Corona que venían exigiendo gallinas o cerdos que tenía que entregarles para "la causa".

La guerra ya había terminado y la nueva reina no cobraba impuestos altos, pero eran tiempos muy complicados en los que las cosas no paraban de cambiar rápidamente; especialmente, en Metrópolis. Así que el sonido de esos caballos acercándose podría no ser algo bueno.

Finalmente, los jinetes emergieron entre los árboles. Era un pequeño batallón, pero no del ejército, sino de la Guardia Real. No era muy corriente verles por esas tierras pero, cuando estuvieron más cerca y pudo ver bien a la mujer joven de largos cabellos castaños que los comandaba, supo en seguida a que habían venido. Una visita que esperaba desde hacía tiempo y que también temía.

Cuando el batallón llegó a la granja, la mujer de cabellos y ojos castaños se acercó unos pasos hasta colocarse frente a ella, mirándola muy seria desde lo alto del caballo. 

– Hola, Patricia –dijo fríamente –. Tengo que hablar contigo.

La granjera sonrió.

– Sabía que en Metrópolis llegarías lejos, Sam. La Gran Consejera de la Reina, nada menos. Y tú quejándote por dejar la granja.

Un brillo se dejó ver en los ojos de Sam.

– Por supuesto que no quería irme. Este era mi hogar, donde me crie y pasé mi infancia. Estaba dispuesta a quedarme aquí contigo. ayudarte con la granja y hacerme cargo de ella cuando no estuvieras. En cambio, me enviaste a Metrópolis para trabajar como sirvienta para gente que me trataba peor que a los perros. 

– Y mírate ahora. 

Sam suspiró.

– Tuve suerte de que en la Fortaleza Luthor hubo, al menos, una persona que fue buena conmigo y me trató como una igual. 

La granjera asintió.

– La actual reina. He oído hablar muy bien de ella.

– Cualquier cosa buena que digan de Lena se queda corta. Ella es el rayo de esperanza que este Imperio y este Continente necesitaban. Y yo tengo la suerte de estar a su lado.

– ¿Y a eso has venido? ¿Ha hablarme de la reina? ¿O es que quieres restregarme por la cara tu nueva posición social?

Sam negó con la cabeza.

– He venido a hablar contigo. Además, quería que conocieras a alguien.

Hizo una señal al grupo de jinetes y un jinete de baja estatura montado sobre un poni se acercó hasta donde estaban ellas y se colocó junto a Sam. El rostro de la granjera se iluminó cuando vio que se trataba de una niña de 12 años.

– ¿Ella es...? –dijo boquiabierta conteniendo las lágrimas.

Sam asintió antes de mirar a la niña.

– Ruby, esta es Patricia, tu abuela. Ve a saludarla.

La niña bajó del poni y se colocó frente a la anciana, a la que miró con una ligera sonrisa.

– Encantada de conocerte, abuela.

La mujer no pudo contenerse y se abrazó con fuerza a la niña, besándola en la frente. Todo mientras Sam miraba desde lo alto del caballo.

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